¡Que lindo!

Pero hoy es abril y ha sido un buen día. Hice una entrevista con una mujer a quien voy a volver a ver en dos semanas y varios llamados telefónicos que dieron buenos resultados. Compré frutas, conseguí un estupendo curry en polvo. Hay nardos en los floreros de la cocina. Corrí al atardecer. Me siento leve, un poco feroz, arbitraria. De modo que si hoy me preguntaran, les diría: corran. Les diría: sientan los huesos mientras corren como sentirán después las catástrofes ajenas: sin acusar el golpe. Aguanten, les diría. Pasen por las historias sin hacerles daño (sin hacerse daño). Sean suaves como un ala, igual de peligrosos. Y respeten: recuerden que trabajan con vidas humanas. Respeten.

Escuchen a Pearl Jam, a Bach, a Calexico. Canten a gritos canciones que no cantarían en público: Shakira, Julieta Venegas, Raphael. Vayan a las iglesias en las que se casan otros, sumérjanse en avemarías que no les interesan: expóngase a chorros de emoción ajena.

Sean invisibles: escuchen lo que la gente tiene para decir. Y no interrumpan. Frente a una taza de té o un vaso de agua, sientan la incomodidad atragantada del silencio. Y respeten.

Sean curiosos: miren donde nadie mira, hurguen donde nadie ve. No permitan que la miseria del mundo les llene el corazón de ñoñería y de piedad.

Sepan cómo limpiar su propia mugre, hacer un hoyo en la tierra, trabajar con las manos, construir alguna cosa. Sean simples pero no se pretendan inocentes. Conserven un lugar al que puedan llamar “casa”.

Tengan paciencia porque todo está ahí: solo necesitan la complicidad del tiempo. Aprendan a no estar cansados, a no perder la fe, a soportar el agobio de los largos días en los que no sucede nada.

Maten alguna cosa viva: sean responsables de la muerte. Viajen. Vean películas de Werner Herzog. Quieran ser Werner Herzog. Sepan que no lo serán nunca.

Pierdan algo que les importe. Ejercítense en el arte de perder. Sepan quién es Elizabeth Bishop.

Equivóquense. Sean tozudos. Créanse geniales. Después aprendan.

Tengan una enfermedad. Repónganse. Sobrevivan.

Quédense hasta el final en los velorios. Tomen una foto del muerto. Tengan memoria, conserven los objetos.

Resístanse al deseo de olvidar.

Cuando pregunten, cuando entrevisten, cuando escriban: prodíguense. Después, desaparezcan.

Acepten trabajos que estén seguros de no poder hacer, y háganlos bien. Escriban sobre lo que les interesa, escriban sobre lo que ignoran, escriban sobre lo que jamás escribirían. No se quejen.

Contemplen la música de las estrellas y de los carteles de neón.

Conozcan esta línea de Marosa di Giorgio, uruguaya: “Los jazmines eran grandes y brillantes como hechos con huevos y con lágrimas”.

Vivan en una ciudad enorme.

No se lastimen.

Tengan algo para decir.

Tengan algo para decir.

Tengan algo para decir.

Leila Guerriero
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Bob Dylan: del imaginario beatnick al never ending tour


1- Todo aquel que quiera escribir algo sobre Dylan se enfrenta a una paradoja: por un lado el gigantesco volumen de papers críticos, biografías y análisis dan la sensación de que ya se ha dicho prácticamente todo sobre el septuagenario songwritter de Minesotta. Por otro, las pocas certezas y entrevistas que ha dado Dylan a lo largo de su vida conforman un agujero negro de sentido que críticos y melómanos intentan descifrar como pueden. Ahí van las infinitas biografías, conciertos alive, dvds, docus como el extraordinario No direction home de Martin Scorsese, libros que recopilan desde historias de freaks que se han cruzado con Dylan en un ascensor, que lo han atropellado con su Mustang a la salida de un bar o que han conversado con él en el lobby de un hotel de Suecia o Finlandia, hasta estudios post-estructuralistas, traducciones, análisis religiosos, sociopolíticos, estudios de literatura comparada, perfiles lacanianos, páginas y más páginas que prometen, algún día, sepultar su obra con todo lo que se ha dicho y escrito sobre la obra misma. Mientras tanto, el hombre que acumula 34 discos de estudio – todos inevitables para entender su trayectoria y al menos 5 o 6 que, aunque suene a lugar común, han cambiado los lineamientos de la música popular del siglo pasado – cada tanto fintea a todos juntándose a componer con Genne Simmons o prestando sus canciones para publicidades de Victoria Secret. Cuando pienso en esto me da la sensación de que Bob Dylan ha hecho todo lo posible para correrse de los aparatos de lectura con los cuales pretendemos descifrarlo: lo hizo en el ´65, cuando electrificó el folk e hizo lo que pocos pueden presumir: crear un nuevo género. También un poco antes, al romper el molde prototípico de la canción moderna y lanzar como corte de difusión de Highway 61 revisted su “Like a rolling stone”, luego, al cansarse de ser Dylan y, en su momento de mayor exposición y post accidente, literalmente, on the road, alejarse de los escenarios durante 7 años, lo hizo nuevamente a mediados de los sesenta al abandonar las canciones de protesta para ahondar en la esencia de la música popular norteamericana. Una de dos: o Dylan es conciente de ciertas corrientes de lectura o, lo más probable, Dylan hace lo que quiere cuando quiere y conforma así una personalidad única, repleta de matices, indescifrable.

2 – Esta historia es muy conocida: en el año 1965 Dylan toca por tercera vez en el festival de folk de Newport y, acompañado por The Band, realiza un set eléctrico, ganándose puteadas y abucheos del que era, hasta entonces, su público devotísimo. Antes, había colmado la capacidad de los workshop característicos de Newport: especie de talleres diurnos donde los artistas tocaban, por lo general, para treinta o cuarenta personas. A Dylan lo escucharon más de dos mil. Su recorrida por el festival es interesantísima: en solo dos años (del ´63 al ´65), Dylan pasa de promesa tímida del folk a mega star, exponente máximo de la contracultura norteamericana, profeta contemporáneo y portavoz del colectivo social de los años sesenta. Del ´63 al ´64 ocurren importantes quiebres en la esfera sociopolítica y cultural estadounidense: en noviembre es asesinado Kennedy y en febrero de 1964 Los Beatles visitan por primera vez Estados Unidos. En ambos festivales, algunos hechos fundacionales de la bio de Dylan: las versiones en vivo de dos canciones emblemáticas de la militancia contracultural y pacifista, “With god on our side”, cantada a dúo con Joan Baez, y el cierre de su actuación nocturna con “Blowin´ in the wind” nuevamente con Baez, Pete Seeger, The Freedom singers y Pete, Paul and Mary, todas estrellas de la corriente folk americana de aquellos tiempos. Un año después, mientras Pete Seeger observa acodado sobre un piano viejo, el registro histórico de la primera versión en vivo de “Mr Tamobourine man”, una de las canciones más hermosas que se han compuesto jamás. Pero la historia que todos conocen llega en 1965, cuando un Dylan eléctrico hace una versión rocker de “Maggie´s farm” e inventa el folk rock La elección de Maggie´s farm no es casual: Dylan canta: “Ya no voy a trabajar en la granja de Maggie nunca más” y The Band se saca chispas e incendia el ambiente pastoril y jipi de Newport. Podríamos decir: mientras Los Beatles hacían pop music para adolescentes neuróticas, Dylan estaba haciendo rock en el sentido más amplio del término.

3 – La revista inglesa Mojo, en 2002, publicó lo siguiente anécdota narrada por Nick Cave: “Hace unos cuatro años, yo estaba tocando con los Bad Seeds en el Gladtonbury Festival. De golpe empezó a llover a cántaros. Yo estaba en la puerta de mi trailer observando cómo el nivel del agua subía y subía y enseguida me llegó a las rodillas. Mi trailer empezaba a inundarse y entonces vi en la distancia un botecito que se acercaba y en el que venía remando un hombre con uno de esos impermeables de plástico con capucha. Supuse que venía a rescatarme. El bote llegó hasta mí y el tipo extendió una mano en la que el pulgar tenía una uña muy larga. La mano es suave y está muy fría y no es que quiera ayudarme a subir al bote. La mano quiere que la estreche, eso es todo. Le doy la mano al hombre y el hombre, que es Bob Dylan, me dice: ‘Me gusta lo que haces’. Después hace girar al bote y se aleja remando hasta su propio trailer”.

4 – En 1966 Dylan devuelve favores a Lennon y Mc Cartney, visita Inglaterra e inicia una gira asesina que entrará en la historia: furiosos conciertos al taco, viajes, drogas y zapadas nocturnas, abucheos y gritos de “traidor” y “vendido”. Amenazas de muerte, a las que Dylan responderá: “No me molesta que me disparen; me molesta que me anuncien que me van a disparar”. Un exhausto Dylan diciendo, como puede verse en el documental de Scorsese, que le traigan “un nuevo Dylan para usar”. Dylan pidiendo volver a casa pero aterrado de morir en un accidente aéreo.

Esto también es leyenda: el 17 de mayo de 1966 en el Manchester Free Trade Hall, alguien del público (algunas biografías se han empecinado en rastrearlo) le grita “Judas” y Bob, después de un momento de perplejidad, responde “No te creo, eres un mentiroso”. Entonces se da vuelta, le dice a su banda “Play fucking loud” y suenan los primeros acordes de “Like a rolling stone”. Más tarde, de regreso a Estados Unidos, sufre un accidente con su moto, se convierte al cristianismo y desaparece de los escenarios durante 8 años.

5 – El movimiento beatnik formó la subjetividad de Dylan: On the road de Jack Kerouac, además de forjar la primera vanguardia norteamericana, sacó a una generación de jóvenes norteamericanos a la carretera, fundó una mitología y todos imaginaron que en el Oeste se encontraba la salvación. Dylan es el hijo pródigo de esta tradición. En la Nueva York del 1961, después de dejar su casa de Minesotta, comenzó a tocar sus canciones en bares y salones, después de actos y lecturas de poesía. El imaginario poético de Dylan es muy amplio y abarca desde el modernismo de T.S Elliot, Ezra Pound hasta Allen Ginsberg, Kerouac, Conrad, etc. Busquen por favor en youtube el video de su canción “Series of dreams”: aquí estas referencias se vuelven imágenes. Dylan, en otras palabras, leyó mucho y logró metabolizar esas lecturas para diagramar su propia dinámica poética. Así, logró lo que ningún poeta: alcanzar una audiencia masiva. Lo hizo, también, utilizando al rock como portal. Algunos dicen que de continuar por la senda del folk, nada de esto hubiese sucedido. En la música argentina, Dylan influyó de muchas maneras: a autores como León Gieco, que no solo copiaron literalmente el modelo de sus canciones de protestas (“Solo le pido a Dios”) sino también su imagen de trovador y su instrumento por antomasía: la armónica. Por otro lado, Andrés Calamaro, quién licuó su obra de la manera que pudo. Sin ir más lejos, Honestidad Brutal retoma como intertexto el Blood on the tracks dylaniano; la tapa del disco doble lo homenajea directamente, también la pose de Andrés y, quizá, el fraseo actual del Salmón remite tanto a sus etapas españolas como a la fonética de Bob. La versión más genuina de esta reconversión musical y letrística es “No tan Buenos Aires”: oda urbana, histórica y cultural a Baires.

6 – Entre el 1963 y 1966 Dylan tiene un estallido creativo fantástico: en esos tres años edita The freewheeling Bob Dylan (su segundo disco, 1963) The time they are a –changing (1964) Another side of Bob Dylan (1964) Bringing it all back home (1965) Highway 61 revisited (1965) y el álbum doble Blonde on blonde (1966) donde lleva su electricidad al máximo y alcanza, según él, “un sonido delgado y de mercurio salvaje”. Es decir: en 3 años edita 6 discos, uno doble. Pocos artistas en la historia han hecho algo semejante. Todos y cada uno de estos discos se convirtieron en clásicos, obras maestras. Sobre Highway 61 revisited, que comienza con “Like a Rolling Stone” y culmina con los once minutos y media de “Desolation Row”, Bob Johnston, productor del disco, exageró: “Dios no puso la mano sobre el hombro de Bob. Dios le pegó una patada en el culo. Y Bob fue poseído por el Espíritu Santo durante esas sesiones de grabación”. Frases así construyen una mitología.

7 – En este momento estoy escuchando New morning, un disco de 1970 que comienza con una de esas canciones pop que, tal vez, fueron el resultado de la influencia de Los Beatles: la lindísima “If not for you” que luego versionaría George Harrison en su formidable All thing must pass. New morning, sin toda la carga que habían tenido los discos anteriores, es hiper disfrutable: contiene influencias gospel, blues, canciones folk, swing y pop. Cuatro meses antes, Dylan había editado el segundo álbum doble de su carrera: Self Portrait, con versiones de temas country, nuevas composiciones y temas instrumentales. El disco es destruido por la crítica y Greil Marcus, periodista estrella de la Rolling Stone, escribe “¿Qué es esta mierda?”. Dylan diría, años más tarde, que Self Portrait era una broma que nadie entendió, un disco que no podía ser interpretado bajo los estandartes de significación con los cuales fueron leídos sus discos de los sesenta.

Si la significación era lo que impregnaba la música de Dylan en los sesenta, esta, con los años, se ha vuelto más abstracta. Si se quiere, lo que ha ocurrido con su música es un pasaje del contenido a la forma. A finales de los años ´90 Dylan revivió con algunos discos memorables y alcanzaría su apogeo con Modern Times, elegido en el 2006 como disco del año por la revista Rolling Stone. Dylan decidió, ya hace décadas, profundizar en las raíces de la música tradicional norteamericana y retornó al rock clásico, al blues y al folk.

8 – En 1975 Dylan inauguraría el concepto de disco de ruptura con Blood on the tracks, un disco excelente que comienza con una de sus mejores composiciones: “Tangled up in blue”. Más tarde, durante los años ´80, Dylan perseguiría sin éxito el pulso de su tiempo. En 1986, después de un concierto en Locarno, Suiza, y en uno de los momentos artísticos más pobres de su carrera, decidió que no iba a parar de tocar en vivo. En otras palabras: si su carrera había comenzado bajo el signo del imaginario beatnik, Dylan optaría, en su madurez, por volver a las fuentes. Así ideó el concepto del Neverending Tour: dinámica, viajes interminables, estadios, festivales o pequeños cabarets. La idea es tocar, no importa donde. Aquí la carretera vuelve a entrar como una manera de reinventarse a si mismo: “A muchos artistas no les gusta la carretera, pero para mí es algo tan natural como respirar. Es el único sitio donde puedes ser lo que quieres ser. No hay canción que suene dos veces igual. Imposible aburrirse”. Así, disfrazado de cowboy de otro siglo, Bobby recorre el mundo. Y tiene razón: en su última visita por estos pagos, en el estadio de Velez, Dylan recorrió su repertorio de pe a pa, recreando canciones que apenas se reconocen, tanta es la reformulación de su pasado. Es decir: trabaja las canciones de acuerdo a su presente y las reconstruye in situ. Otra cuestión notable: su voz, a lo largo de las décadas, ha descendido desde su característico tono nasal (salvo en discos como Nashville Skyline o John Wesley Harding donde modifica su tono y su rango vocal para adaptarse al registro de la música country) a la laringe y ahora, más abajo aún, a la garganta.

9 – “When the deal goes down” pertenece a la última etapa de Dylan: forma parte de Modern times, editado en 2006. La traducción de la canción le pertenece a Pedro Mairal:





En la quietud de la noche, en la antigua luz del mundo / Donde la sabiduría se abre paso a golpes / Mi cerebro desconcertado trabaja en vano / A oscuras por los senderos de la vida / Cada rezo invisible es una nube en el aire / El mañana sigue dando vueltas / Vivimos y morimos, no sabemos por qué / Pero voy a estar con vos cuando llegue el momento // Comemos y bebemos, sentimos y pensamos / Vagamos calle abajo / Río, lloro y me obsesiono / Por cosas que nunca deseé ni quise decir / La lluvia de medianoche sigue al tren / Todos llevamos la misma corona de espinas /Alma con alma, ruedan nuestras sombras /Y voy a estar con vos cuando llegue el momento // La luna da luz y brilla en la noche /Cuando apenas siento su ardor /Aprendemos a vivir y después perdonamos / En el camino que nos lleva /Son más frágiles que las flores estas horas preciosas / Que nos atan tan fuerte uno al otro / Llegás a mis ojos como una visión del cielo / Y voy a estar con vos cuando llegue el momento // Junté un flor, floreció en mi ropa / Seguí el arroyo ondulante / Oí el ruido ensordecedor, sentí alegrías pasajeras / Sé que no son lo que parecen / En estos dominios terrestres, llenos de desilusión y dolor / No me van a ver poniendo mala cara / Te debo mi corazón y esa es toda la verdad / Y voy a estar con vos cuando llegue el momento.

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Publicado en Orilla Sur.

Para agilizar los dedos

Un día de primavera los piratas somalíes llegaron a la isla de Caras y, después de anclar su crucero boat en el pequeño muelle de madera, tomaron por asalto la sala de estar, la zona del jacuzzi y el primer dormitorio, donde la gran Moria dormía una siesta cubierta por bananas, sandías gigantes y sabanas de raso color púrpura. Como no despertaba, con el filo de un estileto, uno de los piratas, de bigotes y sombrero de cowboy, cortó una sandía con un frenético golpe. Hizo un ruido de tuc y gotas de jugo cayeron sobre la cara de la Gran Moria, sobre las sábanas y el rostro del pirata. Sin embargo, Moria dormía. Afuera se escuchaban gritos: los de un conocido fotógrafo que decía haber hecho cantidad de producciones para la revista Playboy, los de un coreógrafo, un periodista de lentes y camisa a cuadros y los de un paisajista que rastrillaba senderos de tierra roja. Dos modelitos pasaron corriendo casi en pelotas, una de ellas se trastabilló con una palmera artificial y cayó de boca a través de una pendiente. Los piratas sonreían, Moria, mientras tanto, continuaba durmiendo.

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El nadador olímpico

Porque llevaba esperando más de una hora y el libro que leía comenzaba a aburrirme, salí de mi rincón y me apoyé sobre la mesa donde repartían los números y chequeaban los datos en la computadora. Una chica con lentes y hebillas negras en el pelo preguntaba, una y otra vez, si pensaban hacer cambios de domicilio y luego leía en voz alta los datos que le daba el insert. A su lado, sentadas en las mismas sillas negras con respaldar, otras dos mujeres con cara de agotamiento realizaban el mismo procedimiento. Detrás, un gordo de chomba color agua tomaba mate y, cada tanto, se levantaba, volvía y fingía verificar que no hubiera ningún problema. En la otra sala esperaban treinta o cuarenta personas. En la calle, ordenadas por un vigilante, otras cincuenta personas hacían una larga cola que daba la vuelta a la esquina. Por suerte yo estaba dentro, pero miraba a la chica de la hebilla, estudiaba sus tics y la entonación de sus frases, miraba al gordo de chomba y relojeaba el vaivén de mis números en una pantalla digital, luego volvía a mirar a hebilla y, para divertirme, intentaba adivinar la edad de las personas cuando hebilla decía en voz alta su fecha de nacimiento. En general acertaba con un rango diferencial de tres años, salvo el caso de una chica que parecía de veinticinco cuando en realidad tenía treinta y cuatro. Se llamaba Gloria. A mi me sorprendió mucho que alguien pudiera llamarse Gloria. Así me entretuve hasta que llegó mi turno y me senté, por fin, en una sillita de plástico, dije hola, me pidieron mis datos, me sacaron una foto, firmé, pregunté algo que no recuerdo y después de pagar, me dieron un recibo y dijeron que en quince o veinte días llegaría el documento a mi casa. Saludé y me fui.

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Una mañana tocaron timbre, preguntaron mi nombre y me alcanzaron un sobre donde estaba el nuevo dni y la cédula de identidad. Pero la cédula y el dni no eran míos, extrañamente pertenecían a Gloria. Eso lo descubrí después: se llamaba Gloria Mandille, había nacido, como ya sabía, el 15 de abril de 1975 en Capital Federal y su documento comenzaba en veinticinco millones. Entré a la web y en comollego.com.ar coloqué su dirección: era en Saavedra, a pocas cuadras de la General Paz y el 28 me dejaría muy cerca. ¿Cómo se había producido la confusión? No tenía idea, porque nuestros apellidos no se parecen en nada, ni la dirección, tampoco habíamos estado cerca en la sucesión de los números. Algún problema en la base de datos, quizás. ¿Mi documento lo tendría ella? La segunda posibilidad era dirigirme nuevamente al centro de cómputos y reclamar el error, pero la idea de presentarme en la casa de Gloria para hacer un intercambio me divertía bastante. Me vine para darte esto, tomá Gloria, diría. Hay una canción de Los Doors con tu nombre, Gloria. Y repetí su nombre muchas veces, Gloria, Gloria, Gloria, una y otra vez, hasta que al fin me decidí a viajar, al día siguiente, hacia Saavedra.

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El miércoles amaneció muy feo, con mucho frío y el jueves también, pero como el miércoles había decidido quedarme en mi casa, al jueves le metí pilas y después de desayunar tomé el colectivo que me dejaba en el cruce de General Paz. Me llevé un paraguas negro que encontré en un baúl, aunque en realidad no suelo usar paraguas, pero tampoco me parecía llegar completamente empapado a la casa de Gloria. Me abrigué mucho, además, porque me atemoriza pasar frío. En el 28 me arrepentí de las dos cosas, del paraguas y del abrigo, porque el colectivo estaba muy lleno y todas las ventanas cerradas, con lo cual empecé a transpirar. En Liniers, un montón de gente se bajó y conseguí un asiento individual. Me puse a mirar por la ventanilla, con la guía T sobre mis piernas, abierta en el plano catorce. Para saber donde estaba y donde tenía que ir, daba vueltas las páginas porque el recorrido de la General Paz ondulaba continuamente y cruzaba barrios y parques y avenidas y yo que nunca supe bien como ubicarme en ninguna parte, temía perderme. Después me entretuve mirando por la ventanilla los coches que pasaban a toda velocidad al costado del 28. Parecían naves velocísimas y yo me dije que algún día tendría un coche como esos, un coche para arar el asfalto un día de lluvia. Así estuve hasta que llegó el momento de bajarme. Entonces caminé por una calle llamada Godoy Cruz hasta una plaza muy descuidada y luego, en una intersección que nacía, encontré la calle Costa Rica. Rápidamente llegué a una casa de dos plantas y apreté un timbre que retumbó dentro. Cuando escuché un eco, pensé que, para que el sonido rebotara así, la casa debía de estar muy vacía. Como tardaban en responder y yo me estaba mojando, volví a apretar y, en ese momento, se corrió una mirilla y una voz muy modulada, de mujer pero que no coincidía con la voz de Gloria, preguntó quién era. Yo pregunté si en esa casa vivía Gloria y dije que la conocía y que traía algo para ella. Mi nombre es Matías, dije. Adentro dudaron pero yo sé que mi manera de hablar irradia confianza, especialmente cuando hablo pausado y con delicadeza, así que la mujer, al fin, abrió la puerta. Vestía de entrecasa y usaba pantuflas rosas. Por un orificio pequeño, en la punta, sobresalía un pedazo de uña.

– Tengo algo para Gloria – dije y le mostré el documento. Después le expliqué lo que había pasado y le pregunté si ella no estaba al tanto de nada. Me dijo que no, pero que Gloria estaba por llegar. Yo le dije que podía esperar afuera y la mujer, sin más, comenzó a entrar en su casa, pero en algún momento pareció dudar y me pidió que pasara al living, porque, de otro modo, me iba a empapar, dijo. Tenía razón, así que entré y los dos esperamos la llegada de Gloria en una pequeña habitación repleta de fotos de nadadores, trofeos y medallas, mientras la mujer, que se llamaba Claudia, cebaba mates. Yo me puse a mirar las fotos y como fingía estar muy interesado, Claudia dijo:

– Mi marido, Diego Degano.

Yo no sabía quien era, asi que asentí con la cabeza y seguí mirando las fotos: el hombre era muy alto, morocho y tenía un cuerpo muy trabajado y su piel brillaba. La mujer se paró a mi lado y me contó que, una vez, una gitana de Mendoza le aseguró que, en otra vida, Diego había sido un pez. Yo pensé entonces en la lluvia y en aquellos autos que viajaban a toda velocidad por la autopista. Así nadaba Diego, imaginé. Más tarde Claudia me trajo algunos recortes de diarios: Degano recordman sudamericano, Degano campeón provincial, Degano tricampeón de la competencia de pileta corta de Lima, Degano capitán del equipo olímpico, Degano y más Degano. Claudia parecía muy emocionada y no paraba de hablarme de las proezas de ese hombre altísimo que usaba una sunga celeste y blanca. En algún momento, cuando sentí que ya conocía todo el pasado de aquel nadador y quería saber algo de su presente, pregunté dónde se encontraba Degano.

– ¿Y qué hace ahora? – dije.

– Murió hace unos años en Neuquén, un accidente horrible – dijo Claudia y después agregó – Tenía otra familia.

Que extraña la gente que tiene una doble vida, pensé y observé con atención la cara de Claudia. No hubo ningún gesto en particular, lo que me asombró un poco. Entonces ella dijo algo más que yo no escuché, porque de pronto comenzó a llover con mucha fuerza y, aunque el techo no era de chapa, yo sentía que las gotas estallaban en el zinc y retumbaban como petardos. Entonces, en ese momento, se abrió la puerta y entró corriendo Gloria, llorando y gritando cosas extrañas. Yo me quedé un rato quieto, esperando que se calmara, pero Gloria no paraba de gritar y de moverse, luego fue hasta la cocina y se perdió de vista. Un momento después volvió a aparecer en el living, dijo algo de una herencia y un montón de cosas que yo no entendía, cosas cargadas de acciones violentas y malentendidos, de personas que vivían en el Sur, de muertes y actas truchas. Gloria, esta vez, no parecía de veinticinco ni de treinta y cuatro, en cambio, si me hubiesen pedido que adivinara su edad, hubiera dicho: cuarenta y uno. Cuando hizo silencio sentí que Claudia me miraba como si me otorgara un permiso especial para decir algo, un permiso que terminaría dentro de muy poco, entonces dije que le había traído su documento.

– Ah – dijo ella.

Sentí que el permiso había desaparecido de pronto y, como no tenía mi licencia para hablar, busqué mi paraguas, me abrigué y salí a la calle. A mis espaldas, supuse que ninguna de las dos mujeres se había movido de su lugar y Gloria continuaba pensando en sus hermanastros y en la muerte de Degano en una ruta neuquina. Era verdad, llovía muchísimo, pero tanto que el paraguas no servía de nada, el viento lo levantaba hacia arriba y como el agua caía oblicua, era imposible protegerse. Salté las raíces de un árbol que deformaban la vereda y comencé a trotar con el perfil de mi cuerpo pegado a la pared. Casi llegando a la ruta vi un bodegón y entré. En el lugar, apoyado contra una tabla, un viejo tomaba vino en un vasito de plástico y un hombre de delantal avivaba el fuego con un caño oxidado. Asándose a las brasas había asado, algunos chorizos y morcilla. Pregunté al dueño si se podía comer algo y pedí una tira, ensalada de lechuga y tomate y una botella de vino con soda y hielo. Luego me senté contra un ventanal que daba a la ruta y, mientras esperaba, encendí un cigarrillo y me puse a mirar la cortina de lluvia, cómo zarandeaban algunos pinos y los autos, difusos y rapidísimos. Comí como si hubiera ayunado durante días, masticando poco y con una sed que me abrasaba por dentro. Más tarde, cuando el agua empezó a colarse por debajo de la puerta, el dueño agarró unos secadores viejos y gastados. Yo lo miraba: sin importar el esfuerzo y toda la voluntad que insumía en retirar el agua, esta seguía entrando y al cabo de unos minutos, el piso del bodegón se había inundado. Me levanté, caminé hasta el baño y con un trapo de piso y una escoba me puse a secar. Después fui a hasta la puerta y ayudé a empujar el agua.

– Dale, así, así, que la sacamos toda – lo arengaba al dueño.

– Si, un poco más, gracias – decía él mientras empuñaba el secador.

Yo sentía una emoción enorme y el calor que me generaba el vino, como una nafta que energizaba mi cuerpo.

– Ya casi estamos, dale dale dale – dije una vez más. Así estuvimos durante algunos minutos, hasta que sentimos que todo era inútil, que no podíamos hacer nada contra todo ese líquido, entonces nos sentamos en unas banquetas de plástico y fumamos y conversamos mientras el agua crecía a nuestros pies.

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Ficción

No se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la verdad, sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación, carácter complejo del que el tratamiento limitado a lo verificable implica una reducción abusiva y un empobrecimiento. Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerje en su turbulencia, desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender saber de antemano cómo esa realidad está hecha. No es una claudicación ante tal o cual ética de la verdad, sino de una un poco menos rudimentaria.

Juan José Saer, en El concepto de la ficción.
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Por si algún limado del básquet lee este blog

Ayer me quedé hasta las 4:20 am mirando este documental sobre la selección yugoslava de básquet de principios de los ´90, el conflicto de los Balcanes y el momento en que se quiebra la amistad entre Vlade Divac y el gran Drazen Petrovic.
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¿Y vos que mirás?


1 – De madrugada, por la ventanilla del colectivo, veo hombres que cruzan la calle y arrastran baldes y cilindros. Luego, con una brocha gorda, esos hombres pegan láminas encima de otras láminas y, en pocos segundos, antes de que la luz del semáforo mute en verde y ya no pueda seguir la escena, la pared descascarada del antiguo cine aparece, de pronto, cubierta por afiches que no alcanzo a distinguir. Al día siguiente pasó por el lugar y entre los cartelones de una inmobiliaria veo el rostro de Daniel Scioli. Scioli posa con Cristina y se lee, en letras coloradas, una única palabra: lealtad. Pienso en Cobos. El que diagramó está imagen pretende que yo piense en Cobos. Tiene un éxito rotundo. Yo, lector y consumidor, pienso en Cobos.

2 – Más allá de que el año electoral esté entrando en su apogeo, la ley de reforma sancionada en diciembre de 2009, la cual establece internas abiertas en cada partido, ha tenido un interesante efecto residual: la multiplicación del marketing político. Cualquiera puede ver, tapizando el frente de edificios o empapelando terrenos en construcción, imágenes que anuncian la pre-candidatura a Jefe de Gobierno de Daniel Filmus, Amado Boudeau o Carlos Tomada, el rostro sonriente de Eduardo Duhalde, el perfil del malogrado Das Neves y su ansiada semejanza con Lula Da Silva, también Sanz, Heller, Pino, y todo el frente opositor. Ahora bien, lo que hace algunos años era solo potestad del PRO Macrista, la zumbona campaña de eslogans, tonos llamativos, cacofonías y rimas, ahora se ha expandido, con menor intensidad, a todos los frentes políticos. Si se miran bien las láminas, también se encuentran retoques fotográficos, plush de brillo, photoshop y otras maravillas tecnológicas que embellecen rostros, dientes y muecas.

3 – En general y salvo contados casos, los afiches demuestran una ausencia total de lineamientos de campaña en términos estrictamente políticos y abundan en perfiles ricos (o no, depende el caso) de construcciones publicitarias. En otras palabras: cuanta más energía demanda la frase con punch y gancho, menor es su contenido. Sin embargo ¿No es también relegar la política a la ponderación de la imagen? Por ejemplo: Telerman, “sabe”. Y sabe con la barba crecida y los ojos vidriosos, aunque uno se pregunté qué, pero él sabe, con algunos años de más y con la experiencia de su medio mandado al frente de la ciudad de Buenos Aires. En el borde inferior derecho, lo suficientemente visible, aparece las coordenadas virtuales de su página web. Más tarde volveremos sobre esto. Ahora bien, el ya famoso “Sabemos y podemos” de Duhalde, con las lenguas de fuego sobre el borde de la bandera argentina, aquel Sabemos y podemos que también fue lema del dictador Lanusse en 1972, apela, una vez más, a una primera persona del plural que sabe y puede. Sabe, por oscuras razones, y puede, por otras tantas. ¿Pero quienes son los que saben y pueden? ¿Por qué Duhalde elige referenciar a Lanusse?

4 – Con la primera década del siglo XXI, las redes sociales, el twitter y otras herramientas de la web 2.0 se han convertido en elementos de campaña indispensables para cualquier político que quiera lanzar su plataforma electoral. En nuestro país, el impacto de la militancia también trajo consigo la construcción de un nuevo destinatario activo y con ansias y voluntad de participación. O, al menos, es la ilusión que imponen las redes. De esta manera, el boom de los nuevos medios de interacción virtual, erigidos como herramienta fundamental una vez que Obama hizo de ellos el leit motiv de su campaña presidencial, promueven la interacción y la promesa de forjar juntos (¿entre quienes?) un nuevo horizonte político. El nuevo concepto a explotar es: todos juntos podemos, te necesitamos, envía tus propuestas. Lo utiliza Pino Solanas, en el lanzamiento de su candidatura a Jefe de Gobierno porteño y obligado a abandonar el discurso sobre la minería y los recursos naturales, al declarar en su afiche “Entre todos podemos transformar la ciudad”. O Hugo Quintana, al decir “Vamos juntos” (¿Hacia dónde, querido Hugo?) Como sea, una y otra vez se demarca, con las mismas herramientas pero con un sentido antagónico, un territorio de diálogo y participación ciudadana que busca conformar un espacio de crítica a la trillada idea de crispación y polémica.

5 - Volvamos por un momento a Telerman. En su page web promueve una ciudad activa y, naturalmente, una ciudad para todos. En este punto, una ciudad y una plataforma política que promueve el diálogo y la discusión. Hasta aquí, perfecto. Y agrega, en el texto que abre su página, en una primera persona del plural que conforma una especie de colectivo telerminiano: “Y lo bueno de estas herramientas es que podemos hacerlo de primera mano, dejando en claro lo que el rumoreo y la simplificación de los medios suele oscurecer”. Aquí se filtra o se aprovecha la desconfianza que inauguró el kirchnerismo sobre la maquinaria siniestra de los medios de comunicación.

6– Como Alf que retorna en forma de fichas, otro que regresa pero en forma de afiche, es Nestor Ibarra. No se sabe mucho, pero su apuesta, mirando de perfil hacia la derecha (donde se encuentra, obsecuentemente, el futuro) es la educación. ¿De qué manera? ¿Cómo? Una vez más, remitirse a su page. Por otra parte, según lo que se desprende de las encuestas (que no deja de ser una forma de lo imaginario), la lista de preocupaciones de los porteños la encabezan la seguridad, la salud y la educación. Las dos primeras, por obvios motivos, son, a priori, palabras vedadas para Ibarra.

7 - Por otra parte, el afiche de Graciela Camaño, mujer de Luis Barrionuevo y precandidata a la gobernación de la provincia de Buenos Aires por el peronismo federal, promete, con blazer rojo, cara lavada y gesto adusto, trabajo. El afiche dice, literalmente, “Es tiempo de trabajar”. La frase es mínima pero rica en su mensaje: no apela a ningún juego de palabras sino que construye su idea en base de un constructo preposicional y a un verbo en infinitivo con la suficiente carga semántica para llamar la atención. Además, por ser un verbo intransitivo, no necesita de ninguna construcción sintáctica que lo acompañe: a la manera de soñar, en términos sintácticos y semánticos, trabajar se basta por si solo.

8– Finalmente, la maquinaria publicitaria del Pro esta vez no apela al nombre propio de Macri, sino a afiches multicolores que dan la bienvenida y estimulan la participación del electorado porteño. En busca de no repetirse pero repitiendo lo que todos los frentes parecen saber, se apela una vez más a la construcción conjunta de un proyecto. “Sos bienvenido” dice el Pro, en un graneado multicolor por demás brillante ¿Pero quiénes son bienvenidos? El siguiente afiche responde a esta pregunta. Aquí el Pro busca cristalizarse como un partido apto para todo público, abierto a cualquier ideología y clase social, mediante fotos de jóvenes rockers, laburantes, abuelas y (no se rían) hinchas de River. Llaman la atención dos cosas: salvo la abuelita, todos son hombres menores de 40 años, entre ellos, un joven ejecutivo en bicicleta (medio de locomoción que, por supuesto, no podía faltar) un metalero y otro muchacho con una remera de Sumo. En otras palabras está apostando por la ampliación de su franja electoral y, una vez más, apuesta a enceguecer con sus luces a ciertos tipos sociales.

Publicado en Orilla sur.