En el último año y pico trabajé como redactor para webs de salud, viajes, cruceros, ciclismo y cine; escribí sobre camionetas 4x4, di consejos sobre cómo alquilar autos en aeropuertos de todo el mundo y enumeré las mejores pistas de ski de Europa del Este. Escribí propuestas publicitarias para una empresa que dejó de existir, sobre indumentaria, restaurantes gourmet, hoteles de lujo y delivery de sushi, entre un montón de otras cosas; después trabajé para una revista lumpen y para una editorial gallega, haciéndome pasar por un especialista en salud alternativa: ahi fueron notas sobre terapias con vino, chocolate e idioteces parecidas. Después le tocó el turno a una tarotista madrileña y a una empresa en Extremadura que necesitaba textos sobre el devaluado mercado inmobiliario español. En el medio, escribí parciales y monografías universitarias, entre alguna que otra ponencia que no presenté en ningún Congreso. Un docente de Literatura Latinoamericana II me señaló que, x expresión de cierto párrafo, era demasiado casual para el registro acádemico. Respondí que era probable. Escribí ficción, notas sobre rock, críticas de teatro y de cine, reseñas de libros, para una o dos revistas que no me gustaban demasiado y otra que me encanta, para la que hoy todavía colaboro. Ordené un libro de relatos, escribí una o dos piezas por encargo y, hace un par de meses, me cebé con una nouvelle que, ahora, se encuentra en un lindo punto de cocción. Después empecé a ser comunity manager de mi propio emprendimiento, a escribir presentaciones, mails divertidos, a crear conceptos cuasi publicitarios mientras escribo - ¿cuándo no? - para una revista progre que paga a destiempo, otra de psicoanálisis y una revi cool y geek que lleva el nombre de un actor increíble: tendencias, bares con restó, periodismo cultural y gastronómico, lo retro y lo snob entremezclándose continuamente.