Restos de una entrevista con Félix Bruzzone


El lunes estuve charlando con Félix Bruzzone, con la excusa de una entrevista para la revista El Gran Otro. Para aquellos que no lo conocen, Bruzzone escribió un libro de cuentos excelente titulado 76 (2007, Editorial Tamarisco) y 2 novelas: Los topos y Barrefondo, ambas editadas por Random House Mondadori. Como el espacio que tenía para la nota era muy pequeño, tuve que dejar muchísimas cosas fuera de la versión final. Aprovecho que tengo un blog re lindo para colgar algunos momentos imperdibles y agradecerle a Félix por la amabilidad y la onda.

Generaciones literarias

"Me da la impresión que nuestra generación, por algún motivo, tuvo bastante éxito entre comillas, porque era algo bastante inesperado en la era de Internet, con los miles de dispositivos que hay para no leer y otros tipos de consumos. Es muy llamativo que los autores de mi generación y un poco anteriores tengan tantos lectores en comparación con los ´90 que creo se leía menos que ahora.  No se, es una hipótesis. Al menos hay más autores, más movimiento, más circulación".
 
Líneas de acción

"Cuando empecé a escribir estos cuentos, mi ídolo era Martín Rejtman y Manuel Puig y toda una linea que se puede hacer de Puig hacia delante de escritores preocupados por un lado por el habla pero también por cómo el habla está atravesada de un montón de imaginarios que vienen de lados totalmente prefabricados, cómo los géneros literarios, por ejemplo". 

"También en esa época había leído El terrorista de Daniel Guebel, que me pareció un relato muy interesante, para ver los problemas de los años ´70, de la revolución, de todo ese imaginario. Fue el primer libro que yo leí en ese sentido, no digo el primero que se haya escrito porque realmente no lo sé, pero sí que yo leí. Salvo Historia argentina, de Rodrigo Fresán, que había leído un poco antes. Pero en Historia argentina había una voluntad más personal de Fresán. En el caso de Guebel no, se lo notaba separado de lo que estaba hablando, me parecía mucho más juguetón y fuerte la apuesta".

Torcer el realismo

"El realismo es algo muy difícil de manejar. Yo entiendo que no existe eso. Existe, sí, una voluntad de representar cosas que más o menos compartimos y creemos que es la realidad. Después, las interpretaciones son profundamente subjetivas, más en el arte. Entonces de alguna forma quien se propone hacer un relato realista ya está de movida proponiendo un engaño. Yo nunca quise hacer relato realista. Sí lo que quise hacer son relatos bien explícitos desde el inicio, eso no creo que sea un relato realista. Es la voluntad de explicitar algo y ver hasta donde se puede llegar. Arrancar diciendo: “Yo soy fulano de tal, hijo de desaparecidos, a mi mamá la torturaron y la violaron” y a partir de ahí estirar la cuerda y ver hasta donde llega.  Entonces si aparecen otras dimensiones e intervienen los géneros en la medida en que nuestra propia subjetividad está atravesada por los géneros. Los géneros literarios no están solamente en los manuales, o en las películas que vemos, sino que están dentro nuestro. Es más, muchas veces leemos la realidad como si fuera un género literario".
 
Chau tradición, hola Mariano

"Creo también que nuestra generación, de alguna manera, no nos vinculamos tanto con las grandes tradiciones, como que cada uno se arma su propia tradición. Hay más permiso para pensar tradiciones personales y heteróclitas. A Mariano Blatt, por ejemplo, lo escuché varias veces decir que no lee. Más allá de que sea un gesto o no, que exista realmente la posibilidad de que haya un escritor que no lee es interesante. Que no lea libros, que lea el mundo, no se, otro tipo de productos culturales. Eso me parece un cambio generacional importante. Al mismo tiempo, que la biblioteca deje de ser un espacio físico para estar en Internet, o en una charla entre amigos, o algo más en el aire. Creo que hoy en día una biblioteca para un escritor está mucho más en el aire que antes. Creo que hay más permiso la posibilidad de trabajar con materiales de otra manera. La idea de Borges, que pasó la mayor parte de su vida en una biblioteca, hoy en día se corrió. Cuando hoy se piensa como se lee a Borges o como se reescribe esa cuestión de la gran literatura argentina, también se reescribe sobre esa idea, la del tipo que está sumergido en una biblioteca. Con esto no quiero decir que haya que ser vitalista ni nada de eso. Yo no me considero vitalista ni antivitalista. Tengo días muy vitalistas y otros todo lo contrario. No es que creo que sean ciclos. Me parece que hoy hay un cambio grande en el tipo de consumo que hace que las cosas se puedan pensar de otra forma. No es algo en contra de, sino en relación a que cambiaron un montón de cosas".

Chicos en Kosovo (Tercera entrega)



        Cuando Verónica me cuenta que a su hermana la dejó el novio y que está tomando anti-depresivos, la interrumpo para decirle que de eso murió Ian Curtis, el cantante de la banda inglesa Joy Division. Como al hablar uso un leve matiz irónico y me quedo aguardando que ella mencione alguna cosa, Verónica me dice que me quede tranquilo, que la conoce muy bien a su hermana. Después miramos el reloj, entre las dicroicas del bar y unas luces flúor, del color de ciertos jabones industriales.  
     – Mirá – le digo señalando con la cabeza a un pibe bastante borracho que se pone a bailar reggae en la entrada del bar.
     Verónica ríe, me dice que está bueno mi cardigan y sube las escaleras hasta el baño del primer piso. Ese tiempo lo aprovecho para llamar a Julián: el gil me clavó a propósito. Para pasar el rato, observo un dibujo colgado en la pared: Han Solo enfrenta una tundra de nazis, con Chewbacca, el Halcón Milenario y Luke detrás.
     Al rato, cuando Verónica vuelve, me la empiezo a imaginar desnuda y veo la escena desde arriba, como un panóptico, después desde una posición lateral y finalmente desde mi perspectiva. Se trata de una serie de diapositivas que se suceden a una velocidad fulminante, una tras otra. Tengo que refrenarlas, pienso, refrenarlas para sentirles el gusto. 
     Verónica se sienta y decidimos pedir otra jarra de cerveza tirada y una nueva ronda de palitos salados.
    
     Al día siguiente amanezco muy mal. Me arde la cabeza, estoy sudado y me cuesta levantarme. Lo intento una vez, dos veces, vuelvo a caer y me limito a  mirar el techo del cuarto. Por las hendijas de la ventana se cuelan pequeños rayones de sol en forma de bloques rectangulares que culminan su recorrido en la pared. Pienso que afuera el día debe estar muy lindo y entonces tengo conciencia de que me siento pésimo. Me levanto, voy hasta la pieza de Julián y al no encontrarlo camino hasta la cocina en busca de aspirinas. Me preparo un té de boldo y me hecho en la cama hasta que comienza a anochecer.
     Lo que hago entonces es pegarme una ducha con el agua hirviendo. Después, desnudo, me siento en el inodoro y hundo la cabeza entre los brazos. No sé cuanto tiempo estoy así, hipnotizado, con un brillo fosforescente que late en mis ojos, sin saber que hacer, hasta que me vienen arcadas y vomito los azulejos del baño. El resto del vomito, carne, baba blanca y esponjosa y pedazos grandes de algo amarronado, cae en la pileta. Cuando me recompongo junto los pedazos con los dedos, los aprisiono con fuerza para que no resbalen, los lanzo en el inodoro y hago correr el agua del tanque. Después me acuesto en la bañadera con las piernas flexionadas y los brazos colgando, preparado a estirarme en caso de que haga falta. Pero no sucede nada, estoy vacío, seco por dentro.
     Me despierta el teléfono. Cuando atiendo escuchó la voz de mi padre.
       Amanecí con fiebre y mal de la panza – explico, apoyando el aparato entre el hombro y el mentón. Una posición bastante incomoda.
       ¿Te tomaste una aspirina? – pregunta.
     Le cuento lo que pasó y se ofrece a venir. Lo tranquilizo, le digo que no hace falta, que ahora me voy a acostar. 
     – Además, no pasa nada papá – digo y giro el aparato, relajo el cuello y respiro hondo.      
     – Bueno, cualquier cosita me llamas – decide y me cuenta de un partido de tenis que acaba de ver por televisión, una repetición de la final de Wimbledon entre Borg y McEnroe.
     Cuando me despido, quedo un momento con el tubo en la mano, sentado en el sillón, en pelotas. Media hora después tocan el timbre, me visto con la ropa que use anoche y bajo en ojotas. Lo primero que dice Sofía, antes de saludarme, es que tengo una cara de mierda.
     Otra vez estoy en la cama, escuchando como Sofía trapea el piso del baño.
      – Me estoy re muriendo Sofi, ayudame.
        Pelotudo  
      – Me voy a morir y vos no haces nada
      – Te cuido y encima limpié todo el vómito, ¿te parece nada? – me dice, frunce la nariz y pone cara de asco – Te tenés que buscar una novia boludito. Acostate bien, dormí, ¿querés?