Mientras actualizaba una y otra vez la página de inicio de su cuenta de mail, Luciano pensó que se le estaba haciendo tarde: ya eran las cinco y cuarto y a las cinco y media tenía que recoger a Matías de su clase de taekwondo. Todavía tengo un rato, se dijo pero inmediatamente decidió hacer un esfuerzo, ponerse de pie y arrancar.
En la puerta del centro deportivo tres chicos con equipo de karate (es decir: el karategui, el kobudogi y el cinto musashi) esperaban sentados en la vereda. Matías, al ver el Ford Fiesta de su padre estacionar en doble fila, se despidió rápidamente de sus compañeros y corrió hasta la puerta del acompañante. No hablaron durante el viaje: Luciano puso música en el stereo y fumaba cigarrillos rubios con el brazo colgando a través de la ventanilla. En una esquina realizó una frenada brusca y Matías se abalanzó hacia delante.
– ¡Ponete el cinturón Mati! – ordenó Luciano, buscando él mismo el encastre de plástico negro, el cual se encontraba oculto debajo del asiento y, una vez hecho esto, lo engarzó con fuerza a la hebilla plateada.
– ¡Me molesta! – rezongó Matías.
– Aguantate, ya llegamos – dijo, puso el cambio y aceleró.
La casa estaba ordenada y limpia porque Beatriz, la mujer que venía todos los martes por la mañana, tuvo una complicación y había modificado su día de trabajo para hoy, viernes.
– Anda a bañarte y después podés jugar un poco – ordenó Luciano.
Después de la ducha Matías amontonó el karategui sobre la tapa del lavarropa, sacó la wii de su mochila y se sentó en el piso del living.
– ¿Me conectás papá?
Luciano agarró los cables y de memoria, sin prestarle demasiada atención, enchufó el cable amarillo en el anteúltimo orificio y el rojo en el primero, contando de derecha a izquierda. Luego prendió la tele y con el control remoto la colocó en modo video. Primero la pantalla se cubrió de estática pero después apareció la imagen en negro y el sonido dolby envolvente que crecía de los parlantes de su home teather.
– Pone más bajo que tengo que hacer unas llamadas – dijo y, después de revisar otra vez su casilla de mail en la laptop, se arrellanó en el sofá y comenzó a marcar un número en su celular. En la pantalla Luciano veía como su hijo, con un arma que emitía un rayo láser y luego se transformaba en una especie de bazooka atómica, asesinaba zombies. El teléfono sonaba pero nadie atendía. Intentó de nuevo. Harto, dejó el teléfono apoyado sobre uno de los almohadones del sofá y tomando el otro jostick, le preguntó a Matías si podían jugar juntos.
– ¡Dale! ¡Yo contra vos!
– Te voy a ganar eh
– Ah – dijo Matías y apretando algunas teclas colocó el juego en modo versus.
Una línea multicolor se extendió en la pantalla del lcd y por un momento permaneció en un negro molesto que reflejaba las caras de Luciano y Matías, diminutas e hinchadas, como si estuvieran muy lejos del rango normal de visión.
– ¿Pasó algo? – preguntó Luciano.
Entonces apareció el emblema en metálico del Dead Rising y comenzó a descargarse. Por supuesto, Luciano no estaba familiarizado con la dinámica del juego, sin embargo pensó que no sería demasiado difícil, solo bastaba apuntar con la mira a su objetivo, en este caso Matías, y apretar uno de los botones. Con los otros saltaba, cambiaba la perspectiva visual o elegía otra de las armas disponibles, alcanzó a comprender según las explicaciones de su hijo.
– ¿Y vos quién sos? – preguntó Luciano cuando el Dead Rising comenzó y, para su sorpresa, la pantalla, lejos de dividirse, adquiría profundidad. Ahora se encontraba dentro de un negocio de ropa deportiva abandonado, una especie de stockcenter con columnas de zapatillas y camisetas de fútbol.
– Zombis – dijo Matías por fin – Yo soy los zombis.
Luciano avanzaba por uno de los pasillos del local cuando escuchó un rugido y, girando el cursor, dio media vuelta. Lo único que alcanzó a ver fue un zombi desgarbado que pasó a su lado y le arañó un brazo. Fue rapidísimo, tanto que no tuvo tiempo de reaccionar. De inmediato sintió un ardor, como si algo le hubiese picado, soltó el aparato un momento y empezó a rascarse. En el momento en que volvió a dirigir su atención a la pantalla, un nuevo zombi, tambaleándose y gritando, lo arrinconaba contra un stand de shorts y bates de baseball. Esta vez el zombi le lanzó una botella rota o un pedazo de madera y Luciano sintió que algo se le clavaba en la pierna. Todo era bastante raro. Entonces una manchita de sangre, leve y muy licuada, comenzó a brotar a través de sus jeans.
– ¡Puta! ¡Que mierda pasa! – gritó Luciano y notó que su hijo Matías estaba completamente concentrado en el juego, como transportado, pensó, en otro mundo.
De inmediato ocurrió un nuevo ataque: un mordiscón en el pecho, a la altura del abdomen y otro en la espalda. La barra de energía, que ocupaba la parte superior de la imagen, decrecía rápidamente. Luciano comenzó a marearse y a sentir que se desvanecía. Lo que antes era apenas raro, se volvía increíble: no tuvo más remedio que soltar el jostick y tirarse hacia atrás, asustado y sin saber que hacer, comenzó a pedirle ayuda a Matías. El arma también había caído al suelo.
– Ahora no puedo papá, estoy a punto de ganarte – dijo Matías con la voz muy salivada, o le pareció que decía, porque en su estado de embotamiento solo alcanzaba a sentir distintos puntos de dolor desperdigados por su cuerpo. De pronto vomitó un líquido pastoso, entre amarillo y rojo, que manchó el dek. Una verdadera lastima, porque el dek brillaba y era una de las cosas que mas le atraían de su departamento. En el juego, aunque Luciano ya no sabía que era o dejaba de ser el juego, su marine se desplomaba. Entonces un zombi lo levantó tomándolo de la chaqueta y le mordió el cuello hasta desnucarlo. En ese momento la cabeza de Luciano se desprendió del cuerpo como si fuese de plástico y rodó a través del living hasta detenerse a los pies del sofá, el mismo sofá donde antes, hace apenas unos minutos, había dejado apoyado su teléfono celular.
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6 comentarios:
Lo leí!
Estos días estuve chusmeando mucho por acá.
El título es GENIAL para este cuento, porque cobra crítica, ¿no?.
pero ya vamos a hablar mejor de "todolodemás". faaaa.
JUGO DE PERA, CHABÓN!
¿Y todo lo demás también?
Ayyy!
fantástico, todorovianamente fantástico
Otra cosa, mamuths por hipopótamos, why?
zombicuentoo! aayy.
Me gusta que un papá pregunte a un hijo: ¿y vos quién sos? jaja.
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