El gorila que fuma, en el último número de Esto no es una revista
El año pasado escuché, en un programa de radio, la historia de un gorila que fumaba habanos. La imagen me gustó mucho y decidí armar un cuento con el gorila, un pibe al que lo abandona su novia, el cuidador de un zoológico, bicicletas, fiestas en terrazas y chicas lindas. Al cuento lo corregí. Ahora, vuelvo a leerlo y me dan ganas de expandir la historia porque encuentro muchos momentos interesantes, luminosos, con punch. Como sea, Javier Martínez decidió incluir el cuento en el último número de Esto no es una revista. Abajo dejo el índice de la revi. Y acá, el link directo al relato.
Capítulo recortado
En
el local de Regina, una mujer de pelo oscuro, sedoso y voz potente golpeaba una
puerta con la punta de una bota de cuero y decía, a los gritos, que le habían
pegado mal una pestaña. Una de las chicas, apoyada contra una columna, se
limpiaba los ojos con una servilleta. Después, mirando el piso y llevándose por
delante una banqueta, corrió hacia el fondo del local.
–
No sabe pegar una pestaña. Es una inútil. No sabe. Hoy tengo una fiesta y miren
lo que me hizo – protestaba la mujer, levantándose la piel de la frente para
dejar al descubierto la pestaña torcida. Alternativamente, sin detener sus
gemidos, miraba alrededor, buscando una especie de gesto o palabra que
legitimara su protesta. En ese momento, Regina bajó las escaleras.
–
¿Pero qué te pasa a vos?
La
mujer, después de un momento de perplejidad, enrojeció.
–
¡Me pegó mal una pestaña!
–
¿Pero vos te volviste loca? ¿Te falla la cabeza? ¿El gran problema de tu vida
es que te peguen mal una pestaña?
Las
maquilladoras inmóviles sostenían sus polvos y sus pinceles mientras las
clientas observaban la situación, algunas dándose vuelta, otras mirando sin
pudor o buscando el reflejo de Regina en la pared vidriada. De fondo, sonaba
una canción retro.
–
Te repito – dijo Regina, con su cabello arremolinado en un bucle, altísima y
furiosa – te repito por última vez. ¿Vos te volviste loca?
La
mujer volvió a levantar el brazo, se señaló la cara y antes de que pudiera
decir algo, Regina gritó:
–
¡Sáquenle la pestaña! ¡Que alguien le saque la pestaña a esta mujer! Si tu
problema es la pestaña, ya está, te sacamos la pestaña.
–
Y con el maquillaje…
–
¡La cara lavada! Te sacamos todo el maquillaje. ¿Te parece bien? Y ya mismo le
pedís disculpas a Ayelén. ¿Cómo te vas a poner a gritar así por una pestaña?
Llamen a Ayelén por favor.
Entonces,
una de las empleadas (Valeria seguía a mi lado) caminó hacia la parte de atrás
y después de unos minutos, volvió del brazo con Ayelén: tenía la cara mojada,
los ojos chiquitos de tanto llorar y continuaba pasándose la misma servilleta
por la cara.
–
Ahora le vas a pedir disculpas por el pésimo momento que le hiciste pasar –
amenazó Regina, mirando a la mujer de las botas. Trago saliva. Y dijo:
–
Yo… perdoname. No me di cuenta – y se encaminó furiosa hacia su banquito.
–
Quitale el maquillaje Ayelén. Y este es tu último día, esa pestaña era un
espanto.
Vivir para respirar
Tengo ganas de escribir una novela por entregas titulada Gore. Se me ocurrió en los últimos días: un grupo de turistas viaja en crucero a Marruecos, pero el crucero naufraga (tip de novela de aventuras) y, después de algunas peripecias marinas, arriban a una isla dentro de otra isla, habitada por mujeres con cara de perro. No se que va a pasar después, pero será un delirio. Si sumamos esto a la nouvelle de amor y ladrones de banco que llevo adelante con muchísimo esfuerzo, convertiría mi neurosis en un summun de distracción y proyectos inacabados.
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Más allá de los límites de la imaginación
¿Por qué una bienal Cortázar-Perec? ¿Qué es lo que une a un escritor
argentino autoexiliado en París a principios de la década del 50 y a
Georges Perec, uno de los novelistas franceses más importantes de su
tiempo, hijo de refugiados polacos, un judio parisino que edificó sus
obras a partir de ciertas limitaciones formales? Más allá de una
perspectiva creativa que, en ambos casos, sintonizaba con lo lúdico, un
mismo espacio de referencia y una geografía particular (París) que, de
diversas maneras, marcó sus obras y, finalmente, el entroncamiento de
ambos, por parte de la crítica literaria, dentro de la posvanguardia de
los años 60 y 70, la bienal Cortázar-Perec constituye una oportunidad
única para repensar a uno de los escritores latinoamericanos más
importantes del siglo pasado y, al mismo tiempo, acercar a los lectores
argentinos a una figura poco conocida en este hemisferio: Georges Perec.
Esta aparente dificultad para entrelazar las obras de Cortázar y
Perec tomó cuerpo en la fotogalería del primer piso del Teatro San
Martín. Las respectivas series de cada escritor coinciden en su centro, a
pesar de que los vaivenes temporales y la progresión de sus imágenes
avanzan por vías contrapuestas. La procedencia de cada uno de los
respectivos archivos —las imágenes de Cortázar, tomadas por Sara Facio
cuando Cortázar ya era Cortázar; las de Perec, cedidas por el archivo
del autor que se encuentra en la Bibliothéque de l’Arsenal de Paris—
permite que, en una zona fronteriza, se tensione la mirada de un pequeño
bebe francés de tres años y la de un cuarentón fijado desde una de sus
fotos más famosas: aquella en la que Cortázar aparece mirando a la
cámara, con gesto apretado y un cigarrillo colgando de sus labios. De
derecha a izquierda, Perec envejece: desde su rostro infantil apoyado en
el cuerpo de Cyrla Szulewicz, más tarde perseguida por la maquinaria
nazi y muerta en 1943 en Auschwitz, hasta su juventud, más diversos
retratos de comidas y reuniones con el grupo Oulipo (Ouvroir de littérature potentielle,
que podría traducirse como «Taller de literatura potencial»). La serie
de Cortázar es más constante; en ella puede percibirse la transición
entre el aspecto formal y la particular coquetería de los primeros años
de su adultez (se sabe que siempre aparentó menos años de los que en
realidad tenía) en contraposición con aquel sobretodo raído y la barba
tupida de sus últimos años.
Georges Perec
Georges Perec, nacido en marzo de 1936 en París, es uno de los
escritores franceses más importantes de la segunda mitad del siglo XX. A
pesar de ser poco conocido en nuestro país, su obra ha influenciado a
toda una generación posterior y ha sido recuperada por autores como
Roberto Bolaño y Enrique Vila-Matas. Sin ir más lejos, La vida, instrucciones de uso fue elegida por el diario Le Monde
como la mejor novela mundial de la década 1975-1985. Perec integraba el
grupo Oulipo, que profundizó nuevas formas y estructuras a partir de la
música, la matemática, la geometría y la arquitectura. Cortázar nunca
fue miembro, pero compartía con ellos la búsqueda estilística y ciertas
connotaciones lúdicas. Su estética siempre estuvo más cerca del
surrealismo, la improvisación y el azar, mientras que Oulipo trabajaba
con ciertas restricciones de índole formal y racionalista para
conceptualizar sus textos. Ahora bien, tanto Cortázar como Perec
formaron parte de la corriente de la posvanguardia de los años 70 y en
sus respectivos textos juguetearon con prosa intercalada con versos
líricos, usos diversos de la fotografía, texturas de fuentes abiertas,
metalepsis y recursos como el extrañamiento temporal o el desdoblamiento
interior. Compartieron la geografía parisina, que desdobló los textos y
activó sus imaginarios. Además, el exilio atravesó sus vidas: Cortázar
regresó al país recién en 1983, con la vuelta de la democracia; Perec,
por su particular genealogía familiar, la persecución prodigada por el
nazismo y sus inquietudes migratorias, puestas en foco en su notable Ellis Island.
Julio Cortázar
Julio Cortázar nació en 1914 en Bruselas pero muy pronto, a los 4
años, se mudó con su familia al barrio de Banfield. Se formó como
maestro y comenzó a estudiar filosofía en la Universidad de Buenos
Aires, estudios que abandonó después de un año. Dictó cursos de
literatura francesa en la Universidad de Cuyo. Luego de alcanzar cierto
renombre con su primer libro de cuentos, Bestiario, abandonó su
puesto en la cátedra de literatura francesa por su
disconformidad con el gobierno peronista. En aquellos años, dijo:
«Preferí renunciar a mis cátedras, antes de verme obligado a sacarme el
saco, como les pasó a tantos colegas que optaron por seguir en sus
puestos». Cortázar ya había participado en marchas antiperonistas; este
fue uno de los principales motivos de su autoexilio en París. Hacia el
final de su vida revisaría el individualismo político de su juventud.
Antes, en 1946, Cortázar publicó su cuento «Casa tomada» en la revista Anales de Buenos Aires, dirigida por Jorge Luís Borges. En 1949 editó su poema dramático Los reyes.
Ya en París, trabajando como traductor, daría forma a una de las obras
más ricas e innovadoras de su tiempo. Con la escritura de «El
perseguidor», extraordinario cuento largo o nouvelle inspirada en el saxofonista de bepop Charlie Parker, Cortázar comenzaría a sentar las bases de su novela capital: Rayuela. Con episodios
absurdos, situaciones incongruentes, estrambóticos personajes
intelectuales, permanentes desafíos humorísticos y lúdicos, Rayuela
representó una inmensa novedad, no solo al romper con estructuras
narrativas anquilosadas, sino también al restituir la noción de juego o
el status de lo inútil, al quebrar el orden burgués y las
estructuras sociales, al concebir una nueva mecánica de la itinerancia o
al diagramar nuevos imaginarios para el amor. Rayuela es una
novela total que bien puede definirse como un catálogo vital, novela
metafísica o existencial, amorosa o superadora de cualquier dicotomía:
el lado de acá, el lado de allá, La Maga o Talita. El propio Cortázar la
definió como «… una tentativa para ir al fondo de un largo camino de
negación de la realidad cotidiana y de admisión de otras posibles
realidades».
A Rayuela —que lo ubicó dentro del boom latinoamericano, junto a escritores como Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez o Vargas Llosa— le siguieron libros como Todos los fuegos el fuego, que lo consagraron como un maestro del relato corto. Tanto en Final del juego, Las armas secretas o Todos los fuegos el fuego Cortázar daría forma a
cuentos de gran poderío lúdico, cruzados por desdoblamientos («La isla
al mediodía»), experiencias autobiográficas («Señorita Cora»)
conversiones («Axolotl») ocultismo y pasajes («El otro cielo») donde la
felicidad muchas veces funciona a partir de la extracción temporal,
donde el juego representa un imperativo ético y vital que atraviesa la
escritura para trasladarse a la vida misma. Cortázar, en el fondo, es un
surrealista que rechaza enérgicamente toda corriente positivista, el
realismo esquemático, la ideología burguesa y la lógica aristotélica. En
las décadas siguientes, Cortázar redoblaría su compromiso político, y
apoyó gran cantidad de causas a lo largo del mundo —la revolución
sandinista en Nicaragua, entre ellas—, viajó y puso, por momentos, su
arte al servicio de sus inquietudes. Escribiría otros libros memorables.
Después de la muerte de Carol Dunlop en 1982, Cortazar sufrió una
profunda depresión. Con ella había escrito Los autonautas de las cosmopista,
texto conjunto de un itinerario a través dela autopista Marsella-Paris.
En 1983, con el regreso de la democracia, Cortázar volvió al país. Un
año después moriría en París de leucemia.
Un desenlace posible: el cine y el jazz
En la década del 60 y del 70, los cuerpos de Perec y de Cortázar
atravesaron las mismas vitrolas y cafés parisinos; además, diagramaron
libros-artefactos donde los procedimientos resaltaban más que sus
temáticas. Sus voces, desde cierta procedencia vanguardista, mechan
rupturas, collages, juegos e ironías. A ambos los unía su pasión por el
cine y, además, el jazz. A Cortázar el bepop le aportó swing, una ola rítmica que late por debajo del fraseo narrativo. Sobre el jazz, dice Perec: «El free jazz se hace preguntas que yo, novelista, me hago; mejor todavía: el free jazz constituye tal vez una respuesta que la escritura aún busca».
Publicado en El gran otro
Acapulco
Deliro.
Tengo fiebre durante días. Llamo al trabajo y pido licencia. Mi madre viene a
cuidarme, me da sorbitos de sopa y me trata con una dulzura inusitada. Hablamos
de manera entrecortada y pareciera que nos decimos las mismas cosas una y otra
vez. Estoy demasiado débil para conversar, pero ella me hace mimos, me dice que
todo va a estar bien, que solo necesito tiempo. No habla de la enfermedad,
habla de z pero sin nombrarlo. Una noche se queda a dormir y percibo, por las
hendijas de la puerta, la claridad del televisor y sus voces. Mamá ríe. En
algún momento, escucho que habla por teléfono con un médico o un psiquiatra o
algo por el estilo.
Sueño
que formo parte de un equipo de paleontólogos que descubren un neandertal
congelado. ¿Siberia? ¿Alaska? ¿La Antártica? Usamos camperones térmicos y
gorros bordados en piel de foca. Por las noches vemos luces púrpuras en el
cielo. Cuando salimos a caminar, nos hundimos en la nieve. Percibo la imagen de
un bloque compacto de hielo. Poco a poco, con picos, mazas y un aparato que
despide calor por un tubo de aspiradora, descongelamos al neandertal. En el
sueño se superponen, como hojas transparentes, un estado opaco con otro más
visible. Aparecen, tornasolados, los rasgos de una cara, el cuerpo, una sombra,
pero, a medida que avanzamos, comienzo a inquietarme. ¿Estaremos cometiendo un
error? ¿Por qué revivimos a esta criatura de otro tiempo? Mis sueños aparecen
poblados por esquimales, animales con mucho pelo, una aureola boreal que cruza
el cielo de norte a sur. Me queda del sueño los tonos brillantes, una
luminosidad cegadora, la bandada de colores delirantes y las estrellas.
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