En
el local de Regina, una mujer de pelo oscuro, sedoso y voz potente golpeaba una
puerta con la punta de una bota de cuero y decía, a los gritos, que le habían
pegado mal una pestaña. Una de las chicas, apoyada contra una columna, se
limpiaba los ojos con una servilleta. Después, mirando el piso y llevándose por
delante una banqueta, corrió hacia el fondo del local.
–
No sabe pegar una pestaña. Es una inútil. No sabe. Hoy tengo una fiesta y miren
lo que me hizo – protestaba la mujer, levantándose la piel de la frente para
dejar al descubierto la pestaña torcida. Alternativamente, sin detener sus
gemidos, miraba alrededor, buscando una especie de gesto o palabra que
legitimara su protesta. En ese momento, Regina bajó las escaleras.
–
¿Pero qué te pasa a vos?
La
mujer, después de un momento de perplejidad, enrojeció.
–
¡Me pegó mal una pestaña!
–
¿Pero vos te volviste loca? ¿Te falla la cabeza? ¿El gran problema de tu vida
es que te peguen mal una pestaña?
Las
maquilladoras inmóviles sostenían sus polvos y sus pinceles mientras las
clientas observaban la situación, algunas dándose vuelta, otras mirando sin
pudor o buscando el reflejo de Regina en la pared vidriada. De fondo, sonaba
una canción retro.
–
Te repito – dijo Regina, con su cabello arremolinado en un bucle, altísima y
furiosa – te repito por última vez. ¿Vos te volviste loca?
La
mujer volvió a levantar el brazo, se señaló la cara y antes de que pudiera
decir algo, Regina gritó:
–
¡Sáquenle la pestaña! ¡Que alguien le saque la pestaña a esta mujer! Si tu
problema es la pestaña, ya está, te sacamos la pestaña.
–
Y con el maquillaje…
–
¡La cara lavada! Te sacamos todo el maquillaje. ¿Te parece bien? Y ya mismo le
pedís disculpas a Ayelén. ¿Cómo te vas a poner a gritar así por una pestaña?
Llamen a Ayelén por favor.
Entonces,
una de las empleadas (Valeria seguía a mi lado) caminó hacia la parte de atrás
y después de unos minutos, volvió del brazo con Ayelén: tenía la cara mojada,
los ojos chiquitos de tanto llorar y continuaba pasándose la misma servilleta
por la cara.
–
Ahora le vas a pedir disculpas por el pésimo momento que le hiciste pasar –
amenazó Regina, mirando a la mujer de las botas. Trago saliva. Y dijo:
–
Yo… perdoname. No me di cuenta – y se encaminó furiosa hacia su banquito.
–
Quitale el maquillaje Ayelén. Y este es tu último día, esa pestaña era un
espanto.
1 comentario:
Diosmio. Pusiste EL nombre. No le cuentes a mi amiga Rodolflor Hitlandor, plis.
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