El pasado 22 de mayo, la Corte Supremade Justicia de La Nación fijó
el 7 de diciembre de este año como fecha límite de aplicación para el
artículo 161 de la Ley de Comunicación Audiovisual, el cual se refiere
al plan de desinversión que deben encarar las empresas que excedan el
límite de licencias establecido por la ley. De esta manera, la Corte se
pronunció en contra de las reiteradas medidas cautelares presentadas por
el Grupo Clarín, obligándolo, en el plazo de los meses restantes, a
adecuarse a la normativa vigente.
Ahora bien, más allá de este punto, la Ley de Medios viene actuando
dentro del entramado cultural y, especialmente, en lo que respecta a la
producción audiovisual y a la industria cinematográfica argentina. El
crecimiento cuantitativo en la cantidad de películas nacionales
estrenadas en los últimos años, alcanzando el notable récord de 101 en
el 2011, sitúa a la Ley de Medios como uno de los agentes que
complejizaron y enriquecieron el panorama cinematográfico nacional. No
es el único, naturalmente: el sistema de fondos públicos, administrado
por el INCAA, y la llegada y la expansión dela TV Digitalson otras de
las variables que posibilitaron el pasaje de la radical independencia
del nuevo cine argentino de principios de los años 90 a la situación
actual de incentivo y multiplicación de la producción.
Ley de Medios Audiovisuales
Una de las novedades de la Ley de Medios Audiovisuales es que
establece la obligatoriedad de una serie de cuotas de producción
nacional y productos genuinos de cada medio (cuya importancia es
especialmente positiva para los medios regionales, muchos de los cuales
orientaban su programación a la retransmisión de contenidos de los
grandes medios de Buenos Aires) para conservar la licencia. De esta
manera, los canales de televisión deben cumplir con una cuota de un 60%
de productos nacionales y con un 30% de producción propia, incluyendo
informativos locales.
Es más: el artículo 63 de la Ley establece que las emisoras no pueden
cubrir con contenidos ajenos más del 30% de su programación. El
objetivo, como se ha dicho, es evitar la centralización y la
monopolización de determinados medios, además de fomentar la producción
nacional y evitar la configuración de medios semivacios o desiertos. Un
dato estadístico más que ilustrativo: las señales de cabecera —Telefe,
El Trece—, antes del 2009, concentraban el 86% de la programación que
circulaba por todo el país.
Rol del Estado: el cine como política pública
La expansión de la TV Digital—la cual abre no solo múltiples
posibilidades de exhibición sino, fundamentalmente, novedosos
dispositivos cinematográficos y nuevas ventanas de producción
audiovisual—, junto con el sistema de fomento público y la Ley de
Medios, abren un interrogante: ¿Cuál debe ser el rol del Estado en lo
que respecta a la producción cinematográfica? Asociada a este punto,
surge otra pregunta: ¿De qué manera articular las políticas estatales
con la dinámica productiva del sector privado?
El jueves 22 de mayo, Generación Política Sur organizó un debate
sobre la actualidad del cine argentino, que contó con la presencia de
Hernán Musaluppi (secretario general de la Cámara Argentina de la
Industria Cinematográfica), Hugo Castro Fau (productor en Lagarto Cine) y
Juan Arcaute (Centro de Investigación y Producción Audiovisual-CEPIA).
Sobre la incidencia del Estado en relación con la industria
cinematográfica nacional, Hugo Castro Fau opina: «En Argentina, el logro
importante que llevó adelante el polo audiovisual de cineastas fue que
el Estado articulara políticas cinematográficas entendiendo que había
que aplicar recursos estatales para quebrar con un mercado oligopólico. Y
a partir de ahí, el Estado argentino no se monta en el negocio, sino
que apunta, en principio, solamente al fomento. Se entendió que el
mercado estaba tan absolutamente oligopolizado que era imposible para un
productor audiovisual, incluso hoy en día, recuperar la inversión
solamente con la explotación del mercado».
Naturalmente, la intervención del Estado es no solo necesaria sino
esencial para lograr la fractura de los oligopolios y, en consecuencia,
la apertura del mercado, configurando así nuevos espacios y
posibilidades para la producción audiovisual. De esta manera, se da la
interacción de dos esferas, la privada y la pública, generando redes
dentro de la sociedad civil que producen, a su vez, industrias
culturales de manera autónoma. Sin intervención estatal —nuevamente, a
través de la Ley de Medios o la política de subsidios—, la industria
cinematográfica se paraliza.
Un caso paradigmático, por ejemplo, es Uruguay, donde no existe
fomento estatal. Otro caso, el de México, cuya política audiovisual se
presenta marcada por su propia idiosincrasia. México, que tenía una
política cinematográfica muy progresista, la reemplazó por acuerdos
comerciales con Estados Unidos, industria a la cual le cedió sus cuotas
de pantalla, con la consecuencia directa de que la Ley de Cine de México
desapareció. Por el contrario, tomemos el caso de Corea: el boom del cine coreano (finales de la década pasada) se dio cuando el Estado estableció una cuota de pantalla superior al 50%.
Ahora bien, sobre la interrelación entre el sector público y privado,
Fau comenta: «Donde el Estado piensa “Le estoy dando plata a esta
persona para que haga su película”, está asumiendo el discurso mundial
audiovisual de la Paramount Pictures. Si el Estado, dando un paso
adelante, aplicando políticas para romper con un mercado oligopólico,
por ejemplo, apuntando al rol del productor que, en base a la
participación estatal en un proyecto particular, cede los derechos de
antena de su proyecto para la televisión digital abierta o para INCAA
TV, en tanto el productor pueda seguir aplicando una estrategia de
negocios para sus proyectos y para el resto de las ventanas de
comercialización, adopta una posición progresista. Ahora, si la política
estatal cinematográfica y audiovisual tiende a que el Estado se quede
con el 100% de todos los derechos, de todos los territorios, de todas
las ventanas de todo el mundo, se genera una complicación en relación a
la producción de redes culturales en la sociedad civil y de sectores de
producción de resistencia audiovisual».
Ya se ha dicho: la intervención estatal y la articulación de
políticas públicas en relación con el campo cinematográfico han generado
un pasaje extraordinario en los últimos años, cuyo resultado visible y
cuantitativo lo demuestran esas 101 películas estrenadas el año pasado.
Lo mejor, seguramente, está por venir.
Publicado en El gran otro.
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