(Editorial Nudista, 2011)
1- En los agradecimientos de Casa de viento – publicado por Editorial Nudista a comienzos de este año – Osvaldo Bossi menciona a “los novísimos poetas, que me hacen sentir levemente anacrónico, y a los poetas anteriores, por quienes me vuelvo un joven díscolo y prometedor”. Unas líneas más atrás, Bossi le dedica el libro, entre muchos otros, “a los muchachos que me quisieron y a los que no me quisieron: en la memoria, al menos, son todos bellos, tránsfugas, increíblemente jóvenes y pródigos por naturaleza”. La primera cita marca una línea de interpretación que permite abordar desde la secreta fascinación que ejerce Bossi sobre una generación de jóvenes autores (plasmada, solo en parte, por la concurrencia de sus talleres de poesía) hasta la publicación de este libro, una antología personal que recorre, con mayor o menor fragmentación, la totalidad de sus libros de poesía editados hasta la fecha: Del coyote al correcaminos (1988), Tres (1997), Fiel a una sombra (2001), El muchacho de los helados y otros poemas (2006), Ruego por el tornado (2006) y Esto no puede seguir así (2010). A estas seis obras, Casa de viento agrega un fascinante bonus track que contiene siete poemas inéditos. Ahora bien: ¿Qué sugiere una antología personal? No implica, en cierto punto, la cristalización dentro de un espacio canónico ni el cierre, desde el punto de vista productivo, de una obra, como lo haría, de cierta manera, las obras completas de un autor. Esta supuesta disyuntiva o incomodidad la resuelve Bossi en sus notas finales: “Yo solamente quiero seguir escribiendo, escribiendo, hasta que la cuerda no de para más. Alguna vez pensé en vivir como todo el mundo (a veces, cada tanto, me agarra esa borrachera) pero a la mañana siguiente, mientras me lavo la cara, comprendo que no hay privilegio más grande que dedicarse a escribir poesía…” Para Bossi, vivir y escribir será lo mismo: no habrá cierre entonces, sino continuidad. En este punto, si algo permite una antología como Casa de viento es recorrer tonos, vaivenes compositivos y múltiples umbrales líricos: desde la poesía entendida como regresión a la experiencia infantil de Del coyote al correcaminos, la orfebrería clásica de Fiel a una sombra hasta el encantamiento del lirismo narrativo de su poesía más reciente.
2- De cada poeta mana un combustible que alimenta su escritura. En Bossi será el deseo el que cebará su estética, que irá rotando de eje a medida que pasen los años, los poemas, los libros. La otra cita que abre estas líneas – la cual recae en aquellos muchachos hermosos y tránsfugas – no solo le da forma al sujeto de amor predilecto de los poemas (de amor) del autor, sino también su tono (apacible, llano) y el registro y la retórica coloquial que comienza a tomar por asalto sus piezas a partir de El muchacho de los helados y otros poemas. Esta retórica alcanza su punto culminante en el mencionado bonus track. En “A veces creo que llegó el fin del mundo”, Bossi escribe:
Vayamos a escabiar, Leo – me dice –
y hagamos el amor, y después escabiemos
y miremos la tele tirados en la cama. Miremos
la tristeza infinita de King Kong
cayendo desde la torre más alta
hasta el fondo de un precipicio, y hagamos el amor
y escabiemos, y escabiemos y hagamos el amor
– cual un bello Catulo de 19 años
que no tiene la menor idea de quién es Catulo
y ni falta que hace.
Aquí aparecen también – como en otros momentos de su obra, tal vez, el más notorio en Fiel a una sombra – los temas clásicos, como elocuente contrapunto, que naturalmente no deja de ser ideológico, del propio Rafa. ¿Pero quiénes son los muchachos de Osvaldo Bossi, sus amigos o queridos? “Mi amigo Raulito” establece un lugar de pertenencia, un tropo poético que sirve de entrada para la comprensión y la lectura, pero también, marca este nuevo registro, una nueva estética de la introspección (que todavía es introspección, porque no hemos llegado a Esto no puede seguir así) caracterizada por una poética más narrativa:
No se como hace la gente
para separar las aguas con un cuchillo.
Yo siempre tuve de la amistad
una idea muy rara, o no tuve
ninguna idea, como si de mi corazón
y de mis pensamientos
brotara una ramita común y silvestre
y al rato – al mes, al año – de la misma rama,
del mismo árbol, volvieran a caer
no sé qué frutos delirantes.
3- En Mi mundo privado, River Phoenix, quien sufre de una extraña enfermedad llamada narcolepsia, alterna su amor por Keanu Reeves con sorpresivos ataques de ensueño. Desde los primeros poemas de Bossi, los sueños serán un tema recurrente:
Mañana cumpliré
muchos años.
Mi único deseo es despertar
y ser el Correcaminos
quiero mirarme
como él me ve.
Como puede verse, este es todo un deseo. Al mismo tiempo, el Yo poético encuentra el sueño en el desvelo de sus muchachos, como en el poema que abre Esto no puede seguir así, “A Facundo no le gusta dormir” donde apagar esa deliciosa vitalidad será, para el Yo, signo de la desolación y el vacío. Finalmente, el sueño poblará el imaginario de la huída en “Despedida”, con su improbable trip hacia Hong Kong o Michigan.
Ahora bien, el amor – que, al igual que los personajes de Mi mundo privado, se entrelaza con la ensoñación – será el leit motiv preferido del autor. Aparecerá marcado por los signos de la cotidianeidad, de una charla, una caminata, un diálogo o una borrachera. A veces, sus pequeños héroes amorosos serán marginales; unas jovencitos, otras sus historias se presentarán como melodramas de juventud. No habrá, a fin de cuentas, trascendentalismo ni mitificación en la configuración del amor que construye el autor. Los muchachos de las tramas de Bossi – siempre hermosos, jóvenes, atolondrados y vitales – se llamen Leo, Facundo, Raulito o Lisandro, semiocultos detrás de odas shakesperianas o envueltos en la mitología televisiva del Coyote y el Correcaminos, construirán, a lo largo de Casa de viento, un seductor, original y necesario libro que tematiza las variables del deseo, el imaginario amoroso, los celos y el descubrimiento sexual. Este tendrá lugar – y aquí su carácter original – en baldíos con aroma a conurbano o pueblo, en colchones debajo de puentes o en una estanciera rotosa, como en “La camioneta destartalada”:
Apoyo mi cabeza afiebrada
contra la cuerina del asiento, y nadie me ve.
algunos resortes oxidados – que vienen
desde lo más hondo de la camioneta –
se me clavan en las costillas
y alcanzan a tocar el corazón
Por otra parte, ya desde los nombres de sus personajes y los resquemores de sus aventuras, Bossi construye un lugar de pertenencia social que, como un aura, diagrama la experiencia poética. A veces, en su summun, serán desclasados, parte del ejército de reserva urbano, jóvenes bebedores de cerveza que se niegan o todavía no han ingresado en la dinámica laboral. El trabajo no forma parte del imaginario verbal y poético de Bossi, salvo cuando, contenido, estalla en una verdadera definición del constructo materialista. Aquí, en “Me llama a cualquier hora”, Bossi escribe:
Me llama a cualquier hora
y yo dejo mi puesto de trabajo y corro
a través de las calles
como un camión de bomberos o una ambulancia
que se activa inmediatamente
al oír su voz.
Entre el trabajo y el amor, la apuesta del autor será siempre por ese granito de arena amoroso: “Creo en la velocidad con que el amor trabaja/ sin pensar en una recompensa/ sin importar la hora”. Su poesía será revolucionaria en los términos que Walter Benjamin propuso en los años ´30: el amor y los sentimientos son los únicos dispositivos sensibles que resisten su conversión en mercancia.
en No Retornable
.
2- De cada poeta mana un combustible que alimenta su escritura. En Bossi será el deseo el que cebará su estética, que irá rotando de eje a medida que pasen los años, los poemas, los libros. La otra cita que abre estas líneas – la cual recae en aquellos muchachos hermosos y tránsfugas – no solo le da forma al sujeto de amor predilecto de los poemas (de amor) del autor, sino también su tono (apacible, llano) y el registro y la retórica coloquial que comienza a tomar por asalto sus piezas a partir de El muchacho de los helados y otros poemas. Esta retórica alcanza su punto culminante en el mencionado bonus track. En “A veces creo que llegó el fin del mundo”, Bossi escribe:
Vayamos a escabiar, Leo – me dice –
y hagamos el amor, y después escabiemos
y miremos la tele tirados en la cama. Miremos
la tristeza infinita de King Kong
cayendo desde la torre más alta
hasta el fondo de un precipicio, y hagamos el amor
y escabiemos, y escabiemos y hagamos el amor
– cual un bello Catulo de 19 años
que no tiene la menor idea de quién es Catulo
y ni falta que hace.
Aquí aparecen también – como en otros momentos de su obra, tal vez, el más notorio en Fiel a una sombra – los temas clásicos, como elocuente contrapunto, que naturalmente no deja de ser ideológico, del propio Rafa. ¿Pero quiénes son los muchachos de Osvaldo Bossi, sus amigos o queridos? “Mi amigo Raulito” establece un lugar de pertenencia, un tropo poético que sirve de entrada para la comprensión y la lectura, pero también, marca este nuevo registro, una nueva estética de la introspección (que todavía es introspección, porque no hemos llegado a Esto no puede seguir así) caracterizada por una poética más narrativa:
No se como hace la gente
para separar las aguas con un cuchillo.
Yo siempre tuve de la amistad
una idea muy rara, o no tuve
ninguna idea, como si de mi corazón
y de mis pensamientos
brotara una ramita común y silvestre
y al rato – al mes, al año – de la misma rama,
del mismo árbol, volvieran a caer
no sé qué frutos delirantes.
3- En Mi mundo privado, River Phoenix, quien sufre de una extraña enfermedad llamada narcolepsia, alterna su amor por Keanu Reeves con sorpresivos ataques de ensueño. Desde los primeros poemas de Bossi, los sueños serán un tema recurrente:
Mañana cumpliré
muchos años.
Mi único deseo es despertar
y ser el Correcaminos
quiero mirarme
como él me ve.
Como puede verse, este es todo un deseo. Al mismo tiempo, el Yo poético encuentra el sueño en el desvelo de sus muchachos, como en el poema que abre Esto no puede seguir así, “A Facundo no le gusta dormir” donde apagar esa deliciosa vitalidad será, para el Yo, signo de la desolación y el vacío. Finalmente, el sueño poblará el imaginario de la huída en “Despedida”, con su improbable trip hacia Hong Kong o Michigan.
Ahora bien, el amor – que, al igual que los personajes de Mi mundo privado, se entrelaza con la ensoñación – será el leit motiv preferido del autor. Aparecerá marcado por los signos de la cotidianeidad, de una charla, una caminata, un diálogo o una borrachera. A veces, sus pequeños héroes amorosos serán marginales; unas jovencitos, otras sus historias se presentarán como melodramas de juventud. No habrá, a fin de cuentas, trascendentalismo ni mitificación en la configuración del amor que construye el autor. Los muchachos de las tramas de Bossi – siempre hermosos, jóvenes, atolondrados y vitales – se llamen Leo, Facundo, Raulito o Lisandro, semiocultos detrás de odas shakesperianas o envueltos en la mitología televisiva del Coyote y el Correcaminos, construirán, a lo largo de Casa de viento, un seductor, original y necesario libro que tematiza las variables del deseo, el imaginario amoroso, los celos y el descubrimiento sexual. Este tendrá lugar – y aquí su carácter original – en baldíos con aroma a conurbano o pueblo, en colchones debajo de puentes o en una estanciera rotosa, como en “La camioneta destartalada”:
Apoyo mi cabeza afiebrada
contra la cuerina del asiento, y nadie me ve.
algunos resortes oxidados – que vienen
desde lo más hondo de la camioneta –
se me clavan en las costillas
y alcanzan a tocar el corazón
Por otra parte, ya desde los nombres de sus personajes y los resquemores de sus aventuras, Bossi construye un lugar de pertenencia social que, como un aura, diagrama la experiencia poética. A veces, en su summun, serán desclasados, parte del ejército de reserva urbano, jóvenes bebedores de cerveza que se niegan o todavía no han ingresado en la dinámica laboral. El trabajo no forma parte del imaginario verbal y poético de Bossi, salvo cuando, contenido, estalla en una verdadera definición del constructo materialista. Aquí, en “Me llama a cualquier hora”, Bossi escribe:
Me llama a cualquier hora
y yo dejo mi puesto de trabajo y corro
a través de las calles
como un camión de bomberos o una ambulancia
que se activa inmediatamente
al oír su voz.
Entre el trabajo y el amor, la apuesta del autor será siempre por ese granito de arena amoroso: “Creo en la velocidad con que el amor trabaja/ sin pensar en una recompensa/ sin importar la hora”. Su poesía será revolucionaria en los términos que Walter Benjamin propuso en los años ´30: el amor y los sentimientos son los únicos dispositivos sensibles que resisten su conversión en mercancia.
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