Una estampida de sensibilidad

1 – Manuel Puig adoraba el cine de la época de oro de Hollywood (1935-1946) caracterizado por la primacía de los majors, las películas de género, y aquellas sofisticadas mujeres que, rápidamente, se convirtieron en grandes íconos cinematográficos, como Ginger Rogers o Katharine Hepburn. Las primeras novelas de Puig –La traición de Rita Hayworth (1968) y Boquitas pintadas (1969)– dan cuenta no solo de la influencia de estos productos de la industria hollywoodense, sino también de su correspondiente traducción literaria y geográfica y de la utilización y perversión de géneros populares como el folletín y otros clásicos, como el policial o el melodrama. Puig, en su juventud, realiza dos viajes de iniciación: el primero, de General Villegas a Buenos Aires, donde estudiará en el colegio Ward de Ramos Mejía, impulsado por su madre, quién temía que la monocromía cultural e intelectual del pueblo asfixiara la creatividad de su hijo. En 1950, a los 18 años, Puig visita General Villegas por última vez y años más tarde decide partir a Italia para estudiar cine. Ambos viajes –de General Villegas a Buenos Aires, de Buenos Aires a Europa– son centrales en la construcción de un espacio de representación, un tono y una estética. Tanto La traición... como Boquitas pintadas buscan reproducir la vida pueblerina, las costumbres y manías de sus habitantes, sus sueños y su cosificación. General Villegas se convertirá, entonces, en Coronel Vallejos.

2 – Todo este largo párrafo para hablar, finalmente, de Impalpable, obra inspirada en entrevistas y relatos de Manuel Puig. De creación colectiva a cargo del grupo teatral Sambuseck, Impalpable presenta una matriz dramática impulsada por dos viajes. El primero y más importante –porque determina el drama y, aunque de manera indirecta, dispone las condiciones para el segundo– es el de Blanca (Maia Orihuela), quién parte a Buenos Aires para triunfar como actriz. El segundo viaje es el de Liliana (Elisa Bressan) que abandona Rojas para ocupar el lugar que Blanca ha dejado en la pastelería del pueblo vecino, junto a Estela (Malena Schnitzer, quién completa, como en las películas de Almodóvar, un elenco íntegramente femenino). Ambas historias, la de Liliana y su secreto –el cual se va revelando, de manera lateral, a medida que avanza la obra– y el salto a la fama que anhela Blanca desde la capital, recaen en Estela, personaje inmóvil que funciona como catalizador de la dinámica narrativa y como punto de vista privilegiado de la obra. De esta manera, ambos viajes de Manuel Puig quedan representados, con sus respectivas variantes, en el derrotero de Liliana y de Blanca, recreando así una suerte de Coronel Vallejos alternativo, sin nombre, donde nada crece y es imposible escapar. Como el storyteller de un pueblo perdido que no puede contar los descubrimientos fantásticos de una tierra distante (Buenos Aires, esa ciudad enorme que no puede conocerse en apenas dos días) sencillamente porque no se ha movido de su lugar, a través de Estela se narra la historia de una despedida, sus fluctuaciones, su dinámica esperanzadora y luego destructiva, el sueño del reencuentro y la perdida. Porque partir es, a fin de cuentas, dejar cosas atrás. Y lo que abandona Blanca a la hora de perseguir su sueño, es a Estela.

3 – Asentarse en la capital y triunfar como actriz es, por un lado, una variante de la búsqueda del propio Puig pero también su ficción cinematográfica dentro del imaginario femenino. Una y otra vez, los personajes de Impalpable se moverán por el territorio difuso de los sueños, la ficción y la realidad laboral. Aquí hay dos puntos interesantes: por un lado la propuesta metadiscursiva de la obra, donde Estela y Liliana son espectadoras y protagonistas de un juego ficcional. En este juego dialéctico, ficción y realidad se retroalimentan. El texto se encargará de generar tensión sobre este ítem, logrando así un plus que va más allá del devenir afectivo de cada una de los personajes. Por otro lado, Impalpable propone un universo sentimental que se apoya en ese otro universo espacial que es la pastelería, con sus moldes, huevos y compotas. Si el fuera de campo –en términos de la teoría cinematográfica– está representado por el pueblo, con su nada y su ausencia de expectativa, la pastelería será una locación exquisita e inagotable en sus vericuetos. Será también el espacio opuesto a la otra ficción del cine y, al mismo tiempo, el terreno donde todo se fusiona: un pastel de casamiento como símbolo del paso del tiempo, los sueños y los cruces imaginarios.

Impalpable posee muchísimos aciertos: desde la estructura narrativa, los préstamos del género melodramático, las maravillosas y certeras actuaciones, el humor de sus textos y su puesta en escena. A esto le suma una estética cinematográfica (tan Puig) donde la música entrelaza las distintas escenas, ya que el corte directo, a través de distintos recursos, se evita constantemente. Impalpable pone en juego dispositivos mínimos pero sumamente dinámicos y poderosos –zapatos que se convierten en teléfonos– y una historia afectiva que se desploma y otra que crece. Como un elefante que de pronto avanza en estampida, Impalpable es una obra que crece en volumen y, ante el menor descuido, pisa el corazón del espectador con una sensibilidad asombrosa.

Publicado en Esto no es una revista

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1 comentario:

Shalena Mitcher dijo...

El título es increíble, por empezar.

Y después, bueno, sos todo.