En la casa que la escenógrafa Oria Puppo montó en el Teatro Alvear,
las hermanas Clara y Solange Lemercier (Victoria Almeida y Paola
Barrientos, respectivamente) cumplen con el placer ritual de
intercambiar roles y falsear sus propios valores sociales. Clara se
disfraza, mientras que Solange mantiene su registro y, por lo tanto, su
identidad: la de criada cama adentro, desesperada y sumisa. Luego, en el
momento en que se presiente la aparición de La señora, interpretada por
una excepcional Marilú Marini, Las criadas revelerá su
condición de meta-ficción. Marini, por su parte, torna con su trabajo,
si esto era posible, aun más grotesca y excesiva la famosa pieza que
Jean Genet escribió en 1947, inspirado en un hecho real que conmocionó a
la opinión pública francesa: el asesinato de la señora Lancelin y su
hija por parte de sus dos empleadas domésticas.
Las criadas es una obra donde la mayor parte del conflicto
transcurre a nivel textual. Genet, vinculado con el Teatro de la
Crueldad de Artaud, toma personajes marginales y reconstruye, con su
intensa poética, la historia de Clara y Solange y su relación con una
aristócrata francesa que espera el excarcelamiento de su marido, quien
fue enviado a prisión por una carta anónima. Las hermanas Lemercier, en
un juego que las sitúa al borde de la desesperación y la locura, planean
el asesinato de La señora. Aquí hay varios puntos para tener en cuenta,
tanto en la estructura dramática como en el arco narrativo de la obra.
Un primer estamento define la propuesta estética y la riqueza y tersura
de la dramaturgia; se teje en el sadismo, la repulsión y la sumisión que
recubre la relación entre las empleadas domésticas y su señora. El
texto y las interpretaciones se apoyan en el grotesco y el principio de
maldad y odio que supo crear Genet. «Estoy harta de ser un objeto de
asco. La odio», grita Solange en un ataque de furia. Antes, había
proclamado con convicción marxista-leninista una rebelión de las
criadas. Siempre está, entonces, el imaginario de la liberación de la
estructura de clases. Debajo de esto, es decir, debajo de este germen
nacido del diagrama social, aparece un elemento propio del género
policial: el señor de la casa será liberado y, por lo tanto, crece —en
la mente de Clara y Solange— el peligro. Que el señor sea liberado poco
importa a los fines narrativos; lo importante, lo terrible, es la
presencia de la policía: ellos pueden descubrir quienes han escrito las
cartas que han llevado al señor a prisión. Al menos, introducen la
premura y el suspenso, al tiempo que revelan los verdaderos planes de
las empleadas domésticas. Esta problemática está poco explorada en el
texto y no presenta mayor rigurosidad. Como se ha dicho, el plano que
hace de Las criadas una obra excepcional es el que se ocupa del
sadismo y las relaciones entre clases sociales distintas. Sin embargo,
lo policial sitúa un punto límite y, por lo tanto, una escenificación de
la sospecha: La señora siempre parece a punto de descubrir algo, de
comprender, lo que enriquece aún más la original puesta de Ciro Zorzoli.
Marilú Marini compone a una aristócrata excesiva y grotesca, llena de
matices y de un poder expresivo alucinante. Su presencia en escena es
tan poderosa que, al abandonarla, se siente el vacío que ha dejado.
Almeida y Barrientos se pliegan al registro de Marini y, una vez que
esta ya no ocupa el centro del drama, deben encarar el desafío de
sostener la pieza con las mismas herramientas que ya han demostrado en
escenas anteriores. Aquí la interpretación de Barrientos se siente algo
monocorde, sin variantes de tono, indispensable para que su personaje y
la problemática de las hermanas alcance su clímax, especialmente en la
resolución del conflicto.
La puesta en escena de Zorzoli retoma el juego de las cajas chinas
—la ficción dentro de la ficción o, en este caso, el relato que, además
de extenderse en su propio fluir narrativo, reflexiona sobre si mismo al
instalar su propia construcción ficcional— y, de esta manera, hay un
mozo, Omar, que se encarga de abrir ventanas, acomodar muebles, sostener
a Clara o Solange o agarrar el teléfono que cae antes de que este
golpee el suelo. A Omar lo acompañan en escena los utileros y
maquinistas. Por último, es importante mencionar la música original de
Marcelo Katz y el excelente trabajo de traducción de Laurent Berger,
quien, con notable precisión traslada a nuestra lengua toda la
intensidad poética de Las criadas.
Las criadas, de Jean Genet
Teatro Presidente Alvear, Corrientes 1659
Funciones: miércoles a sábados a las 21:00 y domingos a las 20:00
Teatro Presidente Alvear, Corrientes 1659
Funciones: miércoles a sábados a las 21:00 y domingos a las 20:00
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