Una industria enrarecida


«Los editores no somos eternos», expresó hace pocos meses Jorge Herralde, en una entrevista concedida a Página 12. El legendario director de Anagrama —que, a lo largo de cuatro décadas de historia publicó una envidiable lista de más de 3000 títulos y apostó, cuando aun no eran figuras consagradas, por autores como Roberto Bolaño, Paul Auster, Enrique Vila-Matas o Tom Wolfe— daba precisiones sobre la reciente adquisición de la casa editorial española por parte del grupo milanés Feltrinelli: en el marco del período recesivo que atraviesa la médula económica europea y, tal vez, por motivos biológicos (Herralde ya cuenta con 75 años) el grupo Feltrinelli aumentará su coparticipación en el paquete accionario de Anagrama hasta alcanzar el 49 % en el año 2015. Mientras tanto, Herralde se mantendrá como director editorial. Otra frase de aquella entrevista, llevada adelante por Silvina Freira, es digna de resaltar. Herralde declara: «Mucha gente pensaba que el destino lógico de Anagrama, como el de tantas otras buenas editoriales, era acabar en los brazos de Random o Planeta. Pero no hubiera estado en consonancia con la trayectoria editorial de Anagrama terminar así. En cambio, con Feltrinelli es diferente».

 ¿Feltrinelli o Planeta?

De las declaraciones de Herralde se desprende una pregunta: ¿qué diferencia existe entre un grupo editorial como Feltrinelli de otro como Random House o Editorial Planeta? ¿Cómo es eso de que tantas buenas editoriales han sido traspasadas a sus esferas editoriales? Veamos: en el sitio oficial de Editorial Planeta (de capitales españoles) figuran los distintos sellos que conforman su entramado editorial. La lista es sumamente extensa: Emecé, Seix Barral, Espasa, Destino, Minotauro, Ariel, Temas de hoy, Crítica, Paidós, Joaquín Mortiz, Bronce, Ediciones Destino, Noguer, Libros Cúpula, Esencia, entre muchos otros. Como puede verse, una verdadera corporación global. Otro caso interesante es el de Sudamericana. Editorial Sudamericana (de capitales argentinos) fue comprada por Plaza & Janés (española), a su vez adquirida posteriormente por Mondadori (italiana) y más tarde por Random House (estadounidense) para al fin pasar a manos del todavía más poderoso grupo Bertelsmann (alemán). Algunos de los sellos que la conforman son los siguientes: Lumen, Debate, Mondadori, Sudamericana, Grijalbo, Electa, Montena, Collins, Debolsillo, Plaza & Janes, etcétera. Este tipo de engranaje global no es nada nuevo: en los últimos quince años, el poder de los grandes grupos ha ido en aumento, devorando pequeños y medianos sellos, asimilando criterios y lineas editoriales, tornando cada vez más conservadores los catálogos y, dirigidos por financistas, orientando estos a la máxima rentabilidad posible. Aunque en la Argentina las librerías independientes han florecido en la última década, a gran escala, las megaeditoriales también son dueñas de librerías, como el caso de la compradora de Anagrama, Feltrinelli, que posee más de 100 locales en Francia que, naturalmente, colocan en primer plano sus novedades. En nuestro país, por su parte, Editorial El Ateneo es dueña de las cadenas Yenny, El Ateneo y la red digital de venta de libros Tematika. Una maquinaria semejante, aunque a mayor escala, configura el Grupo Clarín, quién ha adquirido parte del paquete accionario de Cúspide, con trece librerías en Capital Federal, Córdoba y Santa Fe, librerías Fausto, a lo que se suma su red Librocity. Además, Clarín está asociado al grupo Prisa (España), dueño de Santillana, Alfaguara y Taurus. Esta gran concentración editorial crea un escenario bastante previsible: la edición de libros masticados y repetitivos, best sellers y literatura barata, además de textos oportunistas. Naturalmente, desaparecen los escritores noveles: Random House, por ejemplo, no edita libros cuya previsión de ventas no alcance los 60.000 ejemplares.

 Boom editorial

A partir de 2003, la efervescencia política, la ampliación del marco de discusión y el incremento de la participación ciudadana generó un marco de consumo cultural en relación a libros de temática sociopolítica. El análisis de la línea editorial de Planeta evidencia cierta perspectiva ideológica pero, además, un claro posicionamiento mercantil. Editoriales como Planeta conocen que su público lector, especialmente en determinados núcleos temáticos, está representado por sectores de clase media-alta. De esta manera, determinadas publicaciones tienen su éxito de ventas asegurado. Así podemos enumerar desde publicaciones con una clara impronta marketinera y partidista que buscan exprimir todo valor simbólico que aun conserva el concepto libro, como Hagamos futuro, biografía política del ex gobernador de Chubut, Mario Das Neves, Sin reservas, de Martín Redrado, De Tomas Moro al hambre cero, de Eduardo Duhalde o Mejor que decir, de Florencio Randazzo y Zonceras argentinas y otras yerbas, de Aníbal Fernández. También aparecen libros como El flaco, de José Pablo Feinmann o Matrimonio igualitario, de Bruno Bimbi. En otro rincón, se ubican libros tan dispares, en sus propuestas como en su rigor periodístico, como El dueño o El y ella de Luis Majul o la serie de El kirchnerismo póstumo de Jorge Asís y los dos tomos de Peronismo, de Feinmann. Ante esta enumeración, una obviedad: nadie puede ignorar que la cultura esta hoy subordinada al lucro y a la ganancia privada.
Ante este escenario, son hoy las pequeñas y medianas editoriales (o editoriales alternativas) las que publican lo más interesante del panorama literario actual: Entropía, Mansalva, La bestia equilátera, Pánico el pánico, Santiago Arcos, Eterna Cadencia, Nudista, Planta o Caja Negra, editan a autores que van desde Cesar Aira, Fabián Casas, Celine, Luis Chitarronni o Claire Keegan hasta poesía, autores cordobeses (Eloisa Oliva, Federico Falco) Romina Paula o Iosi Havilio, es decir, desde escritores con un importante background detrás a otros con una o dos publicaciones en su haber.

 ¿Editores o importadores de contenidos?

Las trabas a la importación de libros y la necesidad de equilibrar la balanza comercial del sector, supone, naturalmente, el desembarco estatal en la política cultural y editorial, que busca desgajar la dinámica librera de los intereses privados. El 80 % de los libros que se venden en la Argentina se imprimen en el extranjero, fundamentalmente, en España. Al mismo tiempo, el mercado español está regido por fuertes medidas proteccionistas. Cabe la pregunta: ¿Los editores que rechazan las medidas, son realmente editores o meros importadores de contenido?
Miguel Villafañe, a cargo de la editorial Santiago Arcos, explica: «el Grupo Clarín acaba de comprar la cadena de librerías Cúspide y a su vez esta asociado al grupo Prisa de España, dueño de Santillana, Alfagura, Taurus, entre otras y el diario El País. La CAP (Cámara argentina de publicaciones) está conformada sobre todo por editoriales españolas que no publican aquí sino que exportan material de España (de sus casas matrices) saturando el mercado con productos de contenido dudoso. Aquí el problema no es la falta de textos de estudio, sino que se está poniendo en cuestión una de las bases del negocio del libro: la producción en el extranjero de libros que pueden hacerse aquí. Falta una política cultural quela acompañe. Por otro lado, y esto es una nota al pie, el mercado español es totalmente impermeable a la entrada de libros argentinos, es hiperproteccionista, en cambio aquí el 80 % de los libros que encontrás en las librerías es español. Por supuesto, esta nota se pone en línea con una supuesta “falta de libertad de expresión” que viene desde hace años sugiriéndose desde algunos medios de información masivos ligados al negocio del entretenimiento, la venta de publicidad y la formación ideológica de la sociedad».

Publicado en El Gran Otro

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