Superhéroes

– Yo me vuelvo invisible cuando nadie me ve – dijo Nicolás e inmediatamente miró por la ventanilla. Era una noche de verano, pesadísima, y Nicolás transpiraba, un poco por el calor, otro poco por la vergüenza de lo que acababa de contar. El remisero se llamaba Luca y estaba conduciendo, sin saberlo, hacia la primera reunión de sujetos extraordinarios. Nicolás, en un acto de gran valentía, no sabía bien porque, quizá para justificar su apariencia, había sentido la necesidad de explicarle su poder.

– Me vuelvo invisible pero cuando estoy solo.

Nicolás se preguntó entonces si Luca no lo miraba para no ponerlo en ridículo. Podría explicarle: tengo que activar mi superpoder, de otro modo soy como cualquiera.

– Así que vos vendrías a ser el hombre invisible ¿no?

– Prefiero que me llamen el hombre transparente.

Nicolás permaneció en silencio, esperando. Luca no dijo absolutamente nada, continúo apretando el acelerador, mirando la luz verde de los semáforos.

– El tuyo es un superpoder bastante inútil, se me ocurren poderes más piolas.

– ¿En serio?

– A ver, decime: ¿de qué te puede servir desaparecer si nadie te ve?

Nicolás se había hecho la misma pregunta miles de veces. No tenía respuesta. El suyo era un talento inservible, como conocer de memoria la formación de la selección argentina en cada mundial (aquí Nicolás pensó en su tío Arnaldo) o recordar las capitales de todos los países del mundo. Capacidades extraordinarias, una mierda. Aunque en el fondo, creía que cada uno guardaba en su interior un poder, a veces más práctico, otras veces completamente cotidiano, aunque la mayoría de las personas lo desconociera. Su madre, por ejemplo, tenía el talento de leer la bondad de la gente; su hermano Julián podía arreglar, en pocos minutos, el desperfecto de cualquier máquina; su profesor de guitarra era capaz de recomendar la música exacta para el estado de ánimo en que se encontraban sus alumnos.

– Para algo me tiene que servir – dijo finalmente.

Me gustaría tener un poder zarpado, pensó Nicolás con tristeza, un poder atómico, por lo menos volar, traspasar paredes, convertirme en otras cosas. Mientras pensaba sentía como las costuras del traje se le enroscaban en el poco pelo que le crecía de las axilas. Estaba transpirando demasiado. Así no podía llegar a la reunión, encima era una noche especial, la noche de su membresía: se imaginaba ante la atenta evaluación de una decena de superhéroes, expectantes a sus explicaciones, a las razones, misteriosas quizá, pero misteriosas como todo poder sobrenatural, por las cuales solo lograba desaparecer cuando se encontraba en soledad. ¿Por qué este poder? ¿Por qué no otro? Luca, mientras tanto, había encendido un cigarrillo y tiraba el humo a través de la apertura de la ventana.

– ¿Desde cuando lo tenés? – quiso saber.

– Desde que soy chico, desde que jugaba a las escondidas.

– ¿Tus viejos lo saben?

– ¡Por supuesto que no!- dijo Nicolás, ofendido por la pregunta. Entonces comprendió la razón por la cual le estaba contando a Luca: todo era una puesta en escena antes del verdadero interrogatorio. Como notó que Luca dudaba, Nicolás, con tono desafiante, preguntó:

– ¿Vos no me crees?

Luca giró en Catamarca y comentó por lo bajo que se estaba quedando sin gas. Nicolás comprendió con susto que tendría que bajarse del coche. Naturalmente, el playero de la YPF se lo quedó mirando asombrado: el cinturón dorado, las zapatillas pintadas de rojo, los pantalones chupines que le apretaban la cola. Por suerte la campera, bien abotonada, ocultaba la parte superior de su traje. Sonrío como explicando en voz alta que se dirigía a una fiesta de disfraces, un sábado a las siete de la tarde, hay fiestas de disfraces a toda hora en Buenos Aires. Cuando subieron fue como si Luca hubiera estado meditando una pregunta. Lo que dijo Luca fue simplemente formidable:

– Una vez conocí a una mujer que podía inyectar sentimientos en cualquier persona.

Los ojos de Nicolás se inflaron como dos globos. ¿Inyectar sentimientos? ¿Inyectar amor?

– Si, lo que quieras, te volvía loco. Nunca conocí una mujer igual, el resto, pelotudeces pibe.

Nicolás no se sintió ofendido, solo pensó que hablaban de cosas distintas. Mientras tanto, el remís seguía corriendo por la avenida. Luca habló de la mujer, de su cara, lo que pasó, como revirtió el hechizo. No se puede en realidad, dijo, es imposible, de esas cosas no se vuelven: hay que saber acelerar el paso del tiempo. Le preguntó después si todo no era por una chica, si todo no era para sentir un secreto adentro.

– ¿Cómo sabes?

– ¿Estás enamorado no?

Nicolás no dijo nada.

– ¿Y pensás que por tener un superpoder, te haces merecedor de algo?

El hombre transparente, por primera vez en su vida, sintió que le estaban leyendo el pensamiento.

– ¡No tengo ganas de hablar de eso!

– ¿Qué te pasa? Tranquilo, hablamos nomás.

– Basta che

Luca lo miró por el espejito retrovisor, fue un segundo nada más, después aceleró y giró en República de Chile.

– Mirá, voy a desaparecer, así que no me mires, tampoco me hables, cuando desaparezco mi voz no se puede oír.

Entonces Nicolás dibujó un círculo alrededor de su cara y se hizo invisible. Ya casi llegaban al bar de la calle Baigorria. Para envalentonarse, como Luca no podía escucharlo, comenzó a cantar a los gritos una canción de Pappo que le encantaba. Cuando llegaron, volvió a dibujar un círculo alrededor de su cara, reapareció y le pagó el viaje a Luca.

– Perdoná – le dijo – estoy muy nervioso.

– No te preocupes – respondió Luca.

Nicolás se abotonó la campera y bajó del coche. Sentía ganas de llorar y las piernas le temblaban. Estaba por abrir la puerta cuando sintió una mano apoyada en su hombro. Era Luca. Pero Luca seguía arriba del remís. Fue una cosa extraordinaria: Luca se bajó, y del asiento trasero sacó una máscara y una capita amarilla que se anudó debajo del cuello.

– Yo puedo tocar a distancia – dijo, riéndose debajo del antifaz, y apretó la perilla para abrir la puerta del bar desde la mitad de la calle.

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4 comentarios:

Noe dijo...

esto está reescrito. y así me gusta más.
haría un corto con este textín, jalilix
cómo fue la costa?

Martín dijo...

Tenés un ojo bárbaro para agarrar las reescrituras Noe. Si, un poquito, pero no mucho eh. El problema con el corto en cuestión es el tema de los superpoderes. La costa muy bien!

Shalena Mitcher dijo...

"El hombre transparente, por primera vez en su vida, sintió que le estaban leyendo el pensamiento."


qué genial persona te habrá recordado la existencia de este cuentazo?

En cuanto a la canción de pappo, espero que sea la que pienso que es.

Martín dijo...

No recuerdo bien en cual canción de Pappo estaba pensando cuando escribía este relato. Y si, los dos ya sabemos quién me lo recordo, no te hagas la viva! :)