Andrés Caicedo: el atravesado de Cali

1- El boom Caicedo estalló hace algunos años y el jovencísimo escritor colombiano se convirtió en la star mitológica de la literatura urbana y vitalista latinoamericana. El boca en boca y la edición en nuestro país de todas sus obras por Editorial Norma, a finales del 2008, fueron el puntapié inicial. También influyó el trabajo fino de escritores más o menos consagrados y muy disímiles uno del otro como Juan Villoro, Alberto Fuguet, Washington Cucurto (cuya narrativa recupera tonos, ritmos y el frenesí de la obra de Caicedo) o Fabián Casas, quienes, desde suplementos literarios, presentaciones, revistas y prólogos, colocaron a Caicedo dentro de la autopista literaria de nuestro campo cultural, le dieron visibilidad, diagramaron una tradición y crearon un público lector a medida del colombiano. La construcción de un público o, si se quiere, de un lector modelo no es poca cosa, más si se tiene en cuenta que la obra de Caicedo, producida durante los feroces años ´70 en el contexto del post boom de la literatura latinoamericana, más que leída de manera errónea, sufrió el ninguneo y luego cayó, como el autor, en la evanescencia, el olvido y la muerte. Más tarde su obra fue recuperada, primero por los escritores colombianos de los noventa, luego, como vemos, por escritores argentinos (Casas, Cucurto), mexicanos (Villoro) y chilenos (Fuguet)

2- Unos años después llegaron otros productos, especialmente fílmicos (Caicedo, por otra parte, era un voraz cinéfilo), como el documental que se presentó en la edición del Bafici del 2009. Ese mismo año, en el marco del festival, Alberto Fuguet aprovechó para presentar la biografía del propio Caicedo Mi cuerpo es una celda) y participar en la mesa redonda "Cine, drogas, salsa & rock and roll". Para el que no ha leído nada de la obra del atravesado de Cali, el nombre de la mesa redonda es más que elocuente. Ahora bien, en esta última edición del Bafici se presentaron dos nuevos documentales: Un ángel del pantano que profundiza en la figura de Guillermo Lemos, uno de los compadres de Caicedo en el movimiento colombiano de los setenta y la excelente Noche sin fortuna que cierra con la lectura de la carta final que Caicedo le dejó a su novia antes de quitarse la vida.

3- Siguiendo los principios punkis, Caicedo murió joven a los 25 años y dejó tras de sí un gran baúl con toda su obra. En vida Caicedo solo publicó un relato, "El atravesado", el cual pagó su madre (cuento que también integró, hace algunos años, la colección de narrativa de Eloisa Cartonera) y ¡Que viva la música! su novela más lograda, que salió de la imprenta una semana antes de que Caicedo se quitara la vida con sesenta pastillas de seconal. Ahora bien: ¿Por qué fascina tanto un suicida? ¿Qué se necesita para construir un mito? Belleza, juventud, misterio y una muerte prematura. Si es trágica, mucho mejor. Todo esto tenía Caicedo, además de talento. Como sea, el tiempo pasó y Caicedo se convirtió en una figura sumamente contemporánea y en una de las puntas que inauguró el mítico revival de la literatura urbana. La ciudad de Cali marca el ritmo vertiginoso de la estética de Caicedo pero también de su vida: 25 años le bastaron para dejar incontables novelas, obras de teatro, cartas, críticas de cine y cuentos. El vértigo y las ansias por escribir y dejar obra son solo comparables con la vorágine vital en la que vivía: fundó revistas (Ojo al cine), dirigió pelis, obras de teatro, escribió guiones que intentó vender en Hollywood y, especialmente, potenció con su presencia y su juventud la escena cultural colombiana.

4- Caicedo también es un producto cultural exótico y, por eso, sumamente atractivo: su obra se presenta inevitablemente revestida del brillo de su locura, su juventud, su belleza andrógina, y, por supuesto, el suicidio. Alberto Fuguet lo describe así: "Es una suerte de Kurt Cobain literario y cinéfilo, con algo de un Cesare Pavese salsero, capaz de unir a los fans de André Bazin con los de Bob Dylan". Desde ya, para Fuguet, lo que equipara a Caicedo con Kurt Cobain y Pavese es el suicidio y no mucho más: Andrés a los 25, Cobain a los 27 y Pavese a los 42. Quizás, también, las drogas. De Cobain no hay mucho para agregar, de Caicedo, las drogas que atraviesan ¡Que viva la música! son un complemento de la rumba y del vitalismo juvenil pero también denotan la entrada de productos de la cultura del rock inglés a Colombia: Valium 10, Ritalina, Mandrax, Mequelon, Diazepan, Nembutal. Naturalmente el combo es brutal.

5 - Es curioso, pero mientras la literatura colombiana se amontonaba detrás de la figura de Gabriel Garcia Márquez y la genealogía de los Buendía, la ciudad, el baile y las drogas copaban a un movimiento juvenil under que crecía en los nichos oscuros de la ciudad de Cali. Andrés Caicedo fue la bomba molotov de una escena que carecía de un genuino movimiento musical e importaba el rock inglés de finales de los sesenta, con los Rolling Stones a la cabeza.

Aquí la música, léase el rock y sus excesos y la rumba colombiana, la violencia y el alcohol alimentaron el imaginario de una generación. Así, las historias de Caicedo narran las peripecias de jóvenes burgueses o de clase media que salen de sus casas, bailan y se sumergen en una fiesta interminable. Aquí, el velocímetro a mil del estilo de Caicedo, que retoma las sendas de la escritura automática de la narrativa beatnick, se suma a un especial trabajo con las formas coloquiales y la poética callejera: es un laburo de depuración sobre el slang colombiano llevado a su máxima expresión en ¡Que viva la música! Es en esta novela que la literatura de Caicedo alcanza su máximo esplendor: aquí, su prosa brilla. Noche sin fortuna, novela en la que trabajaba al momento de suicidarse, más allá de su carácter incompleto, supone una prosa vertiginosa que carece de la plasticidad oral de su novela anterior. Por eso, un consejo: el que quiera sumergirse en la obra de Caicedo, que empiece con ¡Que viva la música!

6 - Así escribe: Uno es una trayectoria que erra tratando de recoger las migajas de lo que un día fueron nuestras fuerzas, dejadas por allí de la manera más vil, quién sabe en dónde, o recomendadas (y nunca volver por ellas) a quien no merecía tenerlas. La música es el labor de un espíritu generoso que (con esfuerzo o no) reúne nuestras fuerzas primitivas y nos la ofrece, no para que las recobremos: para dejarnos constancia de que allí todavía andan, las pobrecitas, y que yo les hago falta. Yo soy la fragmentación. La música es cada uno de estos pedacitos que antes tuve en mí y los fui desprendiendo al azar. Yo estoy ante una cosa y pienso en miles. La música es la solución a lo que yo no enfrento, mientras pierdo el tiempo mirando la cosa: un libro (en los que ya no puedo avanzar dos páginas), el sesgo de una falda, de una reja. La música es también, recobrado, el tiempo que yo pierdo"

Nota publicada en Esto no es una revista
.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"La música es también, recobrado, el tiempo que yo pierdo" y por eso sólo ya lo estaría leyendo. Muy buena la nota

Saludos!